La memoria de la gata

A propósito de las terapias con animales en enfermos de Alzheimer:

¿Que nos queda cuando la enfermedad nos arrebata incluso nuestros recuerdos? ¿El consuelo de poder volver donde todo empezó? Y es que a todos nos reconforta reconocer nuestra propia imagen reflejada en un charco de sangre.

La memoria de la gata:

Madrugadas insomnes buscando inútilmente la susurro huidizo de la lucidez entre recuerdos y brumas. Resignación. Vejez despedazada. Fracaso cotidiano. Las viejas fotos, cada día más amarillentas. Impotencia. Lloro cuando no puedo encontrar un vaso para atrapar el agua que se me escurre entre los dedos, irremediablemente perdida. Este final sórdido se abstrae del tiempo para extraviarme en la condena. Certeza negra, inapelable, terminal.

El mundo ha menguado bastante como para que sólo quepas tú, Siria, amiga. Consuélame en esta hora, misericordiosa, revelándome lo que se pero no me es dado recordar

Y es que mi gata es mi memoria, ancestral y primigenia. Colgada de mi espalda me habla, entre ronroneos y caricias, de los campos infinitos, donde las estrellas aparecen de día. Ven, Siria, y dime que no estoy muerto mientras las pueda invocar. Llévame contigo a las regiones de caza para saciarme del deseo de la vida sin culpa, de la mentira propicia. La sombra acogedora de las ramas bajo la torridez y el rayo seco. Esperando a la noche para transformarnos nuevamente en espíritus libres acechando entre el follaje, atentos al silbido de la serpiente. Sentir el frescor de la sangre cálida de los cuerpos caídos bajo el gesto fiero de nuestras zarpas. Volver a los saltos imposibles y perennes, de bosque en bosque. Volar, el instante sugestivo y excitante del ataque sobre la presa, la sangre corriendo más rápida que el corazón, el latido ruidoso del alma entera en cada pliegue de piel. El canto de las plumas, de la carne desgarrada cuando la vida les es tomada, sin apartar la vista de sus ojos. Nuestros colmillos derramando exultación vívida, desafiante, vencedora, ritual. Y así, juntos, estrangular despiadada y felizmente a la presa a la luz de la luna exótica de esta tierra de reencuentros, compartiendo nuestro pasado más lejano. Después, correr uno tras otro en lúdica complicidad primitiva. Celebrando la muerte y la vida en un ciclo más, sin futuros esforzados, sin posteridad, sin pecado. Sentimiento desnudo. Amoralidad liberadora, auténtica, primaria. El retorno a las noches inmemoriales donde nos adorábamos, en armónica herejía, los unos a los otros.

Háblame de nosotros, Siria, en esta noche interminable. Con la tristeza y la piedad y la conmiseración de saber que lejos de la selva nunca podremos abarcarnos. De los refugios impenetrables donde deberé velar mi desesperanza, sin más complicidad que la tuya. Dime, gata, que husmeas esta noche en el viento el hedor, cercano y lúgubre, de mis huesos roídos contemplándome.
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Etiquetas: generalsiria

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