Esta es la historia de Niko, un pitbull atado en una parcela, sin techo bajo el que guarecerse, y con una cadena atada al cuello que era tan pesada que se hundía en su piel. El perrito tenía la cabeza hinchada por la presión y estaba muy asustado, pero aun así, cuando los miembros de la protectora fueron hacia él hablándole con dulzura y extendiendo una mano, él los olisqueó y lamió, tan ansioso estaba por un poco de atención y cariño.
(¡Uff! Un pitbull dócil, atemorizado y necesitado de amor… Impensable, ¿verdad?)
La cadena llevaba tanto tiempo atada que la única manera de soltarla fue cortándola. Para entonces Niko seguía asustado, pero estaba desesperado por el cariño de aquellos desconocidos, así que los siguió hasta el auto, y de allí a la protectora.
Los encargados lograron ponerse en contacto con los dueños, pero, para gran sorpresa de todo el mundo, estos dijeron que no tenían los medios para ocuparse de él y que se lo daban. Era definitivo: Niko era un perro abandonado, y debían encontrarle un hogar.
Durante el periodo de recuperación y la búsqueda de una casa de acogida, Niko conectó con Kelsie, una de las voluntarias, que cada día en su pausa para comer se iba con él, y comían juntos. Formaron un vínculo tan bonito que incluso cuando el perrito ya tuvo una casa de acogida (y más tarde lo adoptaron, porque lo adoraban), se notaba que añoraba mucho esos momentos, así que unos meses después todo el mundo preparó una cita.
Aquel día, Kelsie fue a buscar a Niko, que se puso como loco al verla, y lo llevó a la tienda de animales para comprar toda clase de golosinas y comida para perros con formas de donut, pastelitos y pastas. Comieron sentados en un parque, y Niko se lo pasó ¡en grande!
Como ves, los prejuicios contra los pitbull son solo eso, prejuicios, y muy feos. En cambio, es evidente que muchas veces el “mal comportamiento” está en las personas.
Marcos Mendoza
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