La casa no tenía salida para perros, pero aunque la hubiera habido, Nero no habría escapado: tenía algo que hacer primero. Subió rápidamente las escaleras, ladrando desesperadamente. El padre de familia estaba trabajando, pero en casa estaban su mujer y su hija, y había que protegerlas.
Nero ladró y corrió sin parar hasta que Marie, la pequeña, se despertó y fue a ver qué le pasaba. Entonces ella también notó el humo, y el calor, y el fuego que estaba calando en toda la casa. Presa del pánico, escapó, y llegó a salvo a la calle.
Pero el Terranova seguía ladrando.
Maria, la madre, acababa de ser operada de la cadera y no podía bajar las escaleras. Apenas podía moverse. Nero siguió ladrando, pero la mujer no podía ir a su encuentro, ya no. Se atrincheró en la habitación, junto a la ventana, gritando y rezando para que la salvaran.
Pronto dejó de oír los ladridos, y creyó que al menos sus perro estarían a salvo.
Los bomberos llegaron, y, milagrosamente, lograron salvar también a la mujer, que vivía solo porque había despertado y había llegado a la ventana. Si no hubiera sido así, Maria hubiera muerto por inhalación de humo.
Estaba claro: Nero les salvó la vida.
No obstante, no le preocupaba salvarse a sí mismo. Encontraron sus restos en la casa, donde posiblemente el fuego lo atrapó mientras intentaba encontrar a su humana. La familia quedó devastada: sabían que ambas mujeres habrían fallecido de no ser por su valor y su dedicación.
En honor a Nero, compraron otro Terranova, una joven hembra a la que llamaron Esperanza.
Marcos Mendoza
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