Me gusta salir de noche a pasear un rato por el campo.. No me importa que haga frío o buen tiempo. Lógicamente, si la temperatura es buena, el paseo es más largo.
Siempre ves algo, siempre descubro algo nuevo. Últimamente me he aficionado a los pequeños bichos nocturnos, ya sabéis, insectos, arañas y demás. Disfruto fotografiando lo diminuto, aunque también se ven otros animales de la noche, erizos, sapos, mariposas, ...
Y escuchar la noche, me encanta gozar con los sonidos de la noche. Hay pájaros que cantan de noche, o que anuncian el final del día o el amanecer.
Cuando canta el mirlo (Turdus merula) y maúlla el mochuelo (Athene noctua) el sol ya está desapareciendo por la raya de Portugal. También los alcaravanes (Burhinus oedicnemus) y el chotacabras pardo (Caprimulgus ruficollis) con su "paca-paca".
Ya de noche cerrada, entre el chirriar de los grillos, la lechuza (Tyto alba) pone el toque tétrico y tenebroso y se oye, lejano, algún autillo (Otus scops). El ruiseñor (Luscinia megarhynchos), que no duerme, no para de gorjear.
Mientras, yo a lo mío, cámara en mano, como una prolongación del ojo, fotografío todo lo que encuentro interesanto o bello. Arañas, caracoles, plantas, ...
Estando en eso, entre los cientos de sonidos de la noche de El Terrao, distingo uno que no conozco, cerca,muy cerca, una llamada trémula, aguda, como de un pollo de algún tipo de ave, seguido de otro sonido más fuerte que, aunque no sabía de qué animal provenía, me resultaba familiar por haberlo oído otras noches. Era como un ladrido corto, "guá-guá, dos veces, y después, "guá-guá-guá", tres veces.
Giro la cabeza y, con ella, la linterna frontal, y ... la gran sorpresa, a escasos cuatro metros de mí, en las ramas de uno de los grandes pinos piñoneros del jardín, sobre mi cabeza, tres hermosos ejemplares de cárabo común (Strix aluco), dos pollos (los que piaban) y un adulto (el que ladraba). Mirándome fijamente, con esos ojos de carbón mineral, brillantes, sin parpadear, como yo, los pollos movían la cabeza arriba y abajo más curiosos que nerviosos. El adulto, manteniéndome la mirada, seguía llamando a sus hijos.
Sin pensarlo dos veces empiezo a disparar la cámara, sin ni siquiera intentar cambiar el objetivo, un 85 mm macro. Muchas salieron mal, otras aceptables, y alguna bien. después de retocarlas un poco y aplicarles algo de recorte, puedo presentaros al cárabo, a la familia de cárabos, de El Terrao.
Después de un rato, poco, aunque no se iban, seguramente porque los pollos, inconscientes por su juventud, no se movían de su rama, decido dejarlos en paz para que puedan cazar algún roedor y tomar su ración diaria de alimento.
Cuando regreso a casa, un sonrisa de tonto no se me borraba de la cara, yo creo que no se me quitó en toda la noche. Estaba entusiasmado, ¡ qué gozada !
Fue entonces cuando recordé que el día antes recogí varias egagrópilas, posiblemente de rapaz nocturna, al lado de unos excrrementos blancos, líquidos, típicos de las rapaces.
Posiblemente eran de ellos, porque había muchas, al lado del porche de casa, al pie de un gran pino y un naranjo. No sé dónde tienen el nido, ni quiero saberlo, que vivan su vida en paz para que podamos disfrutar de ellos y con ellos. Se me cae la baba con el peluchete volandón.
Son experiencias que no se olvidan en la vida. Espero que a ellos, tampoco. Aquí tienen su casa y confío en disfrutar de su compañía durante mucho tiempo. Fijáos como mira con curiosidad este pequeñín.
El adulto, vigilante, mira hacia un lado.
Observa el otro lado.
¡Y ME MIRA !