La rabia ha sido una de las enfermedades más temidas desde hace muchísimos siglos. El hecho de poder ser contraída por humanos la hacían temible. Tres mil años antes de Cristo ya se encuentra esta palabra en sánscrito: 'rabhas', que significa agredir. La primera descripción de la enfermedad data del siglo XVIII a. C, en el código 'eshuma' de Babilonia. Ya por entonces se tenía conocimiento de la relación entre la rabia humana y la rabia contraída por mordedura de animales infectados por el virus.
En el siglo XIX existió un auténtico pánico en Europa ya que la rabia canina invadió todo el continente. Su fácil contagio y su cura imposible eran el motivo de tanto miedo. El estado de alarma era tal que cuando una persona era mordida por un perro sospechoso de padecer el virus llegaba incluso a suicidarse.
En 1885, Luis Pasteur consiguió por fin encontrar el primer tratamiento post-exposición y esto le valió ser reconocido mundialmente. Esta enfermedad se ha cobrado millones de vidas humanas y todavía hoy sigue presente en todos los continentes. En España no ha sido erradicada aún, debido a la gran cantidad de animales callejeros que carecen de la vacunación y desparasitación adecuadas.
¿En que consiste este virus?
Este virus pertenece a la familia de los Rhadoviridae y es del género de los Lyssavirus. Hay distintas cepas: 'rabia de la calle' y 'rabia salvaje', aunque también hay cepas llamadas 'virus fijo'. El virus de la rabia no parece resistir el calor y puede ser inactivado por algunos desinfectantes.
Su transmisión es sencilla: una mordedura profunda de un animal infectado bastará para que la rabia sea contraída por un humano. El virus penetra así en el sistema nervioso central y las glándulas salivares, donde es liberado. Existen animales que no dan signos clínicos y pueden ser transmisores de la enfermedad. También, puede ser contraída por el consumo de carne animal que no haya sido sometida a ninguna cocción.
Sus síntomas
El animal contagiado presentará signos clínicos entre dos y ocho semanas después de su infección, que es el tiempo que se tarda en incubar el virus. La enfermedad se desarrolla a lo largo de tres fases: signos evidentes, furiosa y paralítica.
En un primer estadio, el perro o gato muestra síntomas evidentes de haber contraído la enfermedad. Se puede apreciar en un sutil cambio de la conducta del animal, reflejos lentos, fiebre y, por supuesto, la mordedura que provocó la infección del perro o gato en la mayoría de los casos.
En la fase denominada furiosa, se produce la llegada del virus al sistema nervioso central. En este punto de la enfermedad, se puede observar un comportamiento errático en el infectado: irritabilidad, comportamiento sexual anormal, gruñidos inexplicables, fotofobia, ataques a objetos inanimados... un sinfín de conductas anormales y que pueden llegar al extremo de las convulsiones.
En la última fase se desencadena una parálisis que se inicia en la zona mordida y que luego llega a la faringe, cambiando el ladrido y los sonidos que habitualmente emitía el perro. El animal empezará a mostrar signos de problemas respiratorios y la mandíbula se le paralizará, provocando un exceso de salivación.
No existe tratamiento
El animal que tenga la rabia deberá ser sacrificado. Para conocer si el gato o perro tiene este mal, se lleva a cabo un estudio de la glándulas salivales. Además, cualquier animal que sea sospechoso se debe poner en cuarentena o someterse a eutanasia debido a que no existe posibilidad de cura alguna.
Cuando aparece un perro o gato sospechoso de rabia se debe poner en aviso a la población para que, si alguna persona ha sido mordida e infectada, pueda vacunarse rápidamente; de esta manera caben posibilidades de sobrevivir. Si la vacuna no se administra con rapidez, el infectado puede morir.
La prevención de esta gran lacra está en manos de aquellas personas que poseen animales domésticos. Es obligatorio vacunar anualmente a perros y gatos para conseguir un control de la enfermedad.