Efectivamente, los perros, como los humanos, pueden tener rasgos de personalidad como la introversión. Hablo de perros que no son necesariamente tímidos y ya, sino que no están interesados, genuinamente, en la interacción social.
Admitámoslo, estos son casos rarísimos, ya que lo normal en esta especie es querer jugar y relacionarse con todo el mundo y todas las criaturas, y solo la timidez o incluso la dominancia los vuelve más asociales.
Cuando un perro es introvertido, no obstante, no muestra signos de miedo al relacionarse con otros, sino que se limita a ignorarlos, o al menos a ignorar sus llamadas de atención (el olfateo, el juego o los lametones). Este es el caso de Dixie, una mestiza de chihuahua que, según su propia humana, “era perra de una sola persona”. No tenía interés en nada ni nadie más.
Pero hay que entender esto muy bien: incluso el perro más introvertido necesita socializar un poco, desarrollarse emocionalmente al conectar con otros. Por suerte, no tiene por qué ser otro perro.
En el caso de Dixie, la que se convertiría en su mejor amiga aparte de su humana era lo menos esperado: era un gato.
Kathy llegó siendo jovencita pero ya grande, tanto como la propia Dixie. Era una gatita negra, independiente, con mucho carácter y más valor. No se dejaba amedrentar por nada en la vida, mucho menos una medio chihuahua que la miraba con ojos desorbitados, preguntándose qué demonios era eso.
Al poco de llegar a casa, Kathy ya iba hacia Dixie para olfatearla. A pesar de las reservas de la perrita, era evidente que a la gata le gustaba. Desde entonces, solo buscaba jugar con ella.
¡No fue fácil! Hubo gruñidos, huidas, alguna pequeña pelea, pero Kathy era persistente, y Dixie, poco a poco, aprendió a confiar en ella. Así, a día de hoy estos dos animalitos tan distintos, los protagonistas del mito “se llevan como el perro y el gato”, se pasan horas en la misma camita, dormitando y haciéndose mimos.
Marcos Mendoza
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