Tanto unas como otras no suelen resultar del agrado felino y, si no hemos acostumbrado a nuestro gato a refugiarse en su transportín como el lugar seguro que es, en el caso de acudir a la clínica, al verse encerrado y a merced de los movimientos de desplazamiento, el animalito ya anticipa lo que viene después: Un recinto lleno de olores extraños, sobre todo de otros animales estresados, un completo desconocido que lo manipula para terminar pinchándolo.... Etc.
Por regla general, no preguntamos a nuestro gato si está preparado para salir de casa.
Simplemente lo introducimos en el transportín y, en el mejor de los casos, va todo el recorrido callado con las pupilas dilatadas y cara de alucinado pero, en el peor de los casos, puede maullar todo el camino, salivar, vomitar y probablemente también termine orinando y defecando de puro miedo.
Para evitar estos malos tragos, lo ideal es anticipar las situaciones y empezar a trabajar con el gato y el transportín desde el momento cero.
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