Ya lo había adelantado, en este post que teníamos un mes en proceso de adopción para traer a casa al 4to miembro de la manada. En aquel entonces, llamado Torete. Este post va a ser largo. Muy largo. Y va a tener un vídeo sobre cómo fue buscarlo y los primeros días en casa.
La vida tiene cosas muy extrañas, como aquellas palabras que se me escaparon, sin pensar, cuando vimos a Torete en Al Agua Patas.
“Está en adopción, busca casa. ¿Quieres?”- le dije a un Gian incrédulo, que no esperó medio segundo en decir, sí.
¿Por qué tanta sorpresa? Porque yo había impuesto un máximo de dos perretes en casa: porque Ian con su displasia merecía calma y tranquilidad. Aún así, llegó Chejov a nuestras vidas, luego de una historia muy divertida, de un”burro mocho”, de la 12-13 que me jugó Giancarlo.
Así que el límite ya estaba excedido en +1.
Y yo lo tenía muy claro. Marcado como ley. Imposible aumentar en número. Prohibido. Nunca jamás. Y ya ves, no sé que hizo que conectara con Torete, sólo con verlo a la distancia, porque no es el típico perro que con poner un poco la voz aguda viene a ti confiado meneando el rabo. No lo es. Y se entiende.
Tiene la típica historia desgraciada, del que lo compra porque le gusta, pero luego se muda y decide devolverlo. Del criador que no sabe qué hacer con el “perro devuelto” y lo da al primero que lo quiere. De esta porquería de humano, que lo ve como una caja de hacer dinero. Y lo ata a un árbol para que no moleste. Y le da una barra de pan a la semana.
Hasta que aparece Iñaki en su vida, y lo rescata gracias a los vecinos que dan la señal de alerta. E Isa que le enseña que está bien recibir caricias y besos.
La primera vez que lo vimos, la sensación de estar acariciando un jarrón nos dio una tristeza infinita. “Está en adopción, pero es importante que sepan que tiene Leishmaniasis, está en proceso y se le detectó a tiempo”. Y Chejov que cuando lo vio, quiso saltarle encima jugando y Torete que le ladró y le montó una pata encima, para la impresión de sus rescatadores, Iñaki e Isa.
Y aun así, seguimos diciendo que si. Y nos tomamos el tiempo necesario para hacer las cosas bien.
Torete vino a casa un par de veces. Caminó con Bella y Chejov, y olió a Ian en el patio trasero. Tenía mucho miedo. La manada parecía aceptarlo, y con la segunda visita los nervios se calmaron.
Ese martes, Ian lo saludó, y lo único que hizo fue orinar una y mil veces su columna del patio. Estaba claro que era suya. Nos quedamos con la esperanza de que era posible: íbamos a ser 6 en casa.
Pero al día siguiente, Ian se fue. No sé si por invención mía, pero ahora todo lo que veo son señales.
Luego de un par de semanas de vivir nuestra tristeza, de entender lo que había ocurrido, seguimos adelante: estábamos comprometidos con Torete. En nuestras vidas él era el cuarto peludo de la manada.
El sábado pasado fuimos a buscarlo: estamos enamorados y aprendiendo tanto de él. Todo son cosas nuevas: los paseos largos, la hora de la comida, el momento de dormir…
El primer día estábamos muy atentos a todo, pero él nos ha dado una lección de educación y de bondad. En un par de horas estaba jugando con Chejov como una cabra loca, se ha acostado a dormir junto a Bella, y su primera cena la ha hecho en su propio plato, aunque nos habían dicho que le tenía miedo.
Verlo correr feliz por el césped hace que nos vuelva la alegría al cuerpo. Un beso suyo se hace esperar, pero cuando lo da les juro que llega directo al corazón.
Somos inmensamente afortunados por tenerlo: él es sin duda lo mejor que nos ha ocurrido en este año.
Por cierto, acerca del nombre. Estuvimos preguntando por Instagram qué nombre podríamos ponerle, porque Toro nos parecía un nombre muy fuerte para un perro con el estigma de “potencialmente peligroso”. El mismo que lamentablemente sufren los pobres toros, que son nobles y buenos, pero viven en una sociedad con tradiciones que no compartimos y estereotipos erróneos. Y no queremos esa cruz sobre este peque.
Nos dieron muchas opciones que nos encantaron, e hicimos una pre-seleccion entre Antón, Lucas, Ramón y Bruno. Pero, quien eligió su nombre fue el propio Torete. Cuando fuimos a buscarlo, coincidimos con los vecinos buenos que dieron la voz de alerta y que lo alimentaron a través de la verja para que no pasara hambre.
Ya les he dicho que no suele comportarse como el típico cachorro, más bien podría parecer un poco frío. Pero ese día, los vecinos buenos lo llamaron por su nombre y vimos cómo se transformó en un perro alegre, cómo daba pequeños saltos, y meneaba el rabo.
Willy. Ese fue el nombre que logró ese efecto. La decisión ya estaba tomada.
Bienvenido Willy a la manada.