Hoy, hace doce años, nació Gaspar.



Gaspar fue el perro que nos enseñó que él tenía muy claro quién quería que fuera su familia. El día que lo conocimos, con sus papás y su hermanito en la casa de sus humanos, una pareja de viejitos que vivían al sur de Bogotá, él decidió que seríamos sus hermanas y sus papás. Fue y se sentó en nuestros pies, declarando que no se iba a mover a ningún lado. Él se iba con nosotros.

Gaspar y sus papás


Gaspar y sus papás el día que se nos sentó en los pies

Así fue, testarudo, decidido y refunfuñón, toda su vida. Él sabía qué quería. Si entrabas en sus planes, maravilloso. Si no querías entrar en ellos pero él tenía claro que hacías parte, te lo hacía saber. ¿No quería que te fueras de la casa? Lo dejaba claro, mordiéndote los zapatos. ¿No le parecía que los fines de semana fueran con mañanas largas para dormir hasta tarde? Te levantaba de la cama para ir al parque a jugar fútbol. ¿Quería dormitar en tus piernas? Con permiso, que ahí iba él. 


Sus primeros meses convivió con un gato que estaba en la casa como hogar de paso. Durante muchos años después de eso, Gaspar siguió convencido de que él también podía caminar por el espaldar de los sofás y por entre los adornos de la biblioteca sin tumbar ninguno. No lo lograba, pero las intenciones no le faltaban.

Gaspar llegando a los hombros del papá por el respaldo del sofá


Gaspar llegando a los hombros del papá por el respaldo del sofá

Gaspar fue el perro que nos enseñó que no había gafas lo suficientemente duras para no ser mordisqueadas. Libros tan poco interesantes que no pudieran ser saboreados. Billeteras, completas con las tarjetas de crédito e identificaciones, que no pudieran ser mordisqueadas hasta dejar los billetes vueltos papel picado. Pero también fue quien nos mostró que, una vez superada la infancia y la adolescencia, podía ser muy bien portado y respetar los límites que se le habían impuesto. No se subía a los sofás, no entraba a la sala, ya no agarraba audífonos para comer e incluso se secaba los bigotes negros luego de tomar. 


También, fue quien nos enseñó que el sueño de ser futbolista podía venir de cualquier parte. Era reconocido en todo el barrio, donde lo llamaban “el perro futbolista” por la capacidad con que manejaba su balón de fútbol por toda la cancha. Lo llevaba de un lado a otro, exactamente a donde él quería, haciendo giros inesperados y deteniendo la pelota a su antojo. Tenía su camiseta de la selección, que usaba religiosamente cada día que había partido de Colombia. En Navidad, buscaba su regalo entre todos los del árbol y rasgaba el papel con emoción para descubrir su nueva pelota.

Gaspar y su balón de fútbol


Gaspar y su balón de fútbol

Gaspar con su regalo una Navidad


Gaspar con su regalo una Navidad

Gaspar fue el perro que nos enseñó que entendía de cachorros, perrunos, humanos y de cualquier especie. Dejó que le jalaran las orejas y las barbas, que le hicieran lo que quisieran, sin poner un pero. Participaba de los juegos y, cuando se cansaba, se iba a esconder. Pero nunca perdía la paciencia con los cachorros humanos que no entendían de límites y se convertía en su amigo. O ignoraba a los perrunos, dándoles apenas un ladrido de advertencia. 


También, fue quien, ya en su vejez, aprendió y aceptó compartir su casa con un intruso inseguro y recién llegado, que buscaba ganarse su lugar en la manada. Primero a regañadientes, pero con los meses también con lametazos, aceptó a Tobías. Si bien nunca durmieron juntos ni jugaron como todos lo soñábamos, abrió el espacio necesario para que otro perro tuviera un lugar seguro dónde vivir.

Gaspar y Tobías


Gaspar y Tobías, en los primeros días de Tobías en la casa

Tan claro como aceptó a Tobías, nunca dio su brazo a torcer en lo que no le gustaba. Por ejemplo, no le gustaban mucho los perros que no fueran scotties, como él, ni yorkies. No aceptaba nada que hiciera ruido en su pedacito de cielo y espantó por eso todos los aviones y helicópteros que se atravesaron. Luego de su amistad infantil con un gato, no aceptó nunca ningún otro y se aseguró de que ninguno se acercara a la casa.

Gaspar con la mamá y Tobías en el parque


Gaspar con la mamá y Tobías en el parque

Gaspar fue el perro que nos enseñó que las enfermedades nunca son un obstáculo si no quieres que lo sean. Con hipotiroidismo desde chico, propensión a tener tos cuando hacía frío, artritis desde los seis años, problemas del hígado desde los diez y operaciones en sus dos meniscos, no bajaba la guardia y siempre te llevaba la pelota o un trapo para jalar cuando quería jugar. Aceptó su dieta especial y disfrutó con emoción la zanahoria que se le daba de premio para calmar su ansiedad y su hambre de medio día cuando ya había que controlarle la comida, pues él solo ya no la regulaba como cuando joven. Sus primeros años, comía en línea recta, comiendo exactamente la mitad de su plato redondo en la mañana y dejando media luna de comida para la noche.

Pero sobre todo, Gasar fue el perro que nos enseñó que el amor canino no tiene límites. Que no nos iba a dejar solos, enfermos o no. Que por las noches, luego de acostarse con mi hermana y conmigo hasta que creía que nos habíamos quedado dormidas, salía a dar la ronda y a acompañar al siguiente en subir a la cama hasta que el último lo acobijaba en su silla, donde dormía con las narices tapadas por una cobija verde y vieja. Porque cada uno era importante y, refunfuñando o no con sus achaques de viejito, él se aseguraba de que cada uno estuviera bien.

Todos en Velitas, hace 4 o 5 años


Todos en Velitas, hace 4 o 5 años. ¿Qué tal esa sonrisota canina?

Toda la familia, a mediados de este año


Toda la familia, a mediados de este año

Todos los perros van al cielo, y Gaspar tiene su nubecita blandita, llena de todos los peluches de frutas que tuvo, de todas las cosas que mordisqueó y de una cantidad de helado ilimitada para siempre. Desde ahí, seguro se sigue burlando de Tobías por no saber andar en carro sin marearse y nos acompaña todavía todas las noches cuando nos vamos a dormir, en México o en Bogotá.

Así son los perros que se vuelven parte de la familia.



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