"Se le dice 'rastro' porque los llevan arrastrando, desde el corral a los palos, donde los degüellan, y por el rastro que dejan se le dió el nombre al lugar" asegura Covarrubias Orozco sobre el origen del nombre del popular mercado callejero madrileño en su libro 'El tesoro de la lengua castellana o española' de 1611.
Otros estudios opinan que la palabra 'rastro' nace porque allí se vendían miles de artículos de desecho y donde los alguaciles hallaban el 'rastro' de muchos objetos robados. En realidad el fenómeno de las ferias y mercados nació como expresión del intercambio de los excedentes agrícolas. Tras adquirir mediante trueque herramientas y materiales para continuar el ciclo productivo, el resto se destinaba al mercado y a las fiestas llamadas 'de la cosecha'.
Algunos expertos encuentran los orígenes del rastro madrileño en el siglo XV, cuando el rey ordenó que ciertas superficies fueran retiradas de la influencia de Madrid. Era conocido como un 'mercado de carnes'. El matadero desapareció en el siglo XVII. Hoy, el rastro se ha transformado en un zoco del comadreo multiétnico y polifacético, en el escenario tumultuoso y dominguero del cambalache. Pero en la principal arteria de su organismo, la Ribera de Curtidores, continúa palpitando la vida cada día. Por sus espacios y rincones, entre galerías y tiendas, zigzaguea el rastro del arte.
La calle no es adecuada
Otra sensación muy distinta nos ofrece el rastro de la venta de animales por las calles del famoso e histórico mercado madrileño. En la popularmente llamada 'calle de los pajaritos', aunque su nombre es Fray Ceferino González, cada domingo se ofrecen a la venta periquitos, loros, palomas, gallos, agapornis, codornices y tortugas. Se supone que su venta está prohibida. Incluso muchas de estas especies provienen del tráfico ilegal, originarias de otras latitudes, muchas veces en peligro de extinción.
Desde Ambiente Ecológico se afirma que "el tráfico ilegal de especies exóticas es un gran negocio que mueve miles de millones al año. La compra y venta de animales exóticos es una gran amenaza para la desaparición de muchas especies y para el equilibrio natural. Más de las tres cuartas partes de los animales capturados mueren durante su transporte, antes de llegar a su destino, la tienda, donde permanecerán enjaulados hasta ser comprados. Cada año se expolian indiscriminadamente las zonas naturales de nuestro planeta, principalmente en el trópico, en busca de especies exóticas vegetales y animales que sirvan para complacer la excentricidad de algunas personas".
Tradición frente a legislación
En la Comunidad de Madrid, la Ley de Protección de los animales 1/1990 es muy clara al respecto. El artículo 13.6, capítulo III dice explícitamente: "se prohibe la venta de animales en las calles y en lugares no autorizados" y el artículo 22.1, capítulo I afirma "se prohibe la venta ambulante". Las infracciones graves se sancionan con multas entre 300 y 1.500 euros.
En el emblemático rastro podemos ver montones de aves apiñadas en minúsculas jaulas, estresadas y a la intemperie, incluso algunas enfermas, esperando mejor destino. Lo mismo sucede con las tortugas de Florida, cuya venta esta prohibida en España. Esta especie exótica compite con la tortuga acuática europea por alimento y hábitat, comprometiendo su supervivencia cuando es irresponsablemente liberada en el cauce de los ríos españoles.
Parece ser que pesa más la tradición que la Ley al mantenerse una increíble contradicción: por un lado el Ayuntamiento de Madrid prohibe vender animales, y por otro el consistorio da permisos a algunos puestos. De esta forma es imposible que las denuncias lleguen a algún lado.