Shivaji fue un héroe indio del siglo XVII que no solo fue un gran guerrero, sino que se convirtió en rey y fundó el llamado Imperio Maratha. Es, así, un monumento del nacionalismo indio.
No obstante, las leyendas cuentan que no estaba solo en sus aventuras e hitos: lo acompañaba su fiel perro, Waghya, que lo acompañó en cada paso del camino hasta el trono y la fundación del imperio. Nunca se separó de él.
Esta podría ser otra historia de la lealtad de los perros, con historias como la de Hachiko, que esperó toda la vida en una estación de tren, u otros ejemplos de perros que se quedan junto a las tumbas de sus humanos. No obstante, la historia de Waghya va un paso más allá.
El funeral de Shivaji era un funeral indio dedicado a los reyes, y por tanto no fue enterrado. Aunque se erigiría un monumento en su honor, primero su cuerpo fue cremado en una pira funeraria.
Waghya, que no pensaba dejar a su humano solo ante el peligro, se lanzó a las llamas y se consumió con él.
Este acto de valor y lealtad, este último sacrificio, llevó a los ciudadanos a incluirlo en el monumento en honor a su rey. Así, se puede ver la figura del perro en lo alto, sentado y para siempre guardando a su humano.
Este monumento fue durante siglos un lugar muy popular para los turistas y visitantes locales, pero no a todo el mundo le gustaba: creían que Waghya no era más que una leyenda, y que este monumento a la lealtad canina era un insulto a su héroe.
De hecho, y esto es lo que más extraño me resulta, en el año 2012, más de tres siglos después de la muerte de Shivaji, un gran grupo de personas fueron hasta el monumento, tiraron la estatua de Waghya y la lanzaron a un valle.
Y me pregunto, ¿por qué? ¿No es más insultante romper el monumento a su héroe solo porque no les gustaba la idea de que tuviera un fiel compañero canino? Es una pena que haya personas así en este mundo…
Marcos Mendoza
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