YOLY (por hesperias)
Llegó a casa por casualidad. Rodrigo tenía muchas ganas de tener perro y nos había estado dando la barrila con ello. –por favor, mamá, déjame tener un perro- ese era su tema favorito de conversación en aquel verano de 1989 y frase que repetía continuamente.
Fuimos ese año a veranear al Sur de nuestra isla de Gran Canaria. Disfrutábamos de unos días estupendos y toda la familia pasaba unos momentos inolvidables: playa, deportes, en fin, todo lo relacionado con el buen tiempo, el ocio estival y las vacaciones tan deseadas por todos.
Fueron esos días de especial reticencia, por parte de mi hijo pequeño, sobre su deseo de tener una mascota. Miraba con entusiasmo los anuncios sobre animales que salían publicados en el periódico local con el fin de encontrar a un “buen samaritano” que regalase un perrito. Más de una vez nos dijo que se iba a llamar para informarse, cuando al parecer había alguna posibilidad en un anuncio leído. Pero nada, las pesquisas no dieron, en esos momentos veraniegos, su fruto.
Ya de regreso sucedieron algunas cosillas, poco gratas, como fue un accidente de Rodrigo en el que un cristal le hizo un daño grave en una de sus piernas. Clínica, susto tremendo y con todo ello empezamos a plantearnos, para sacarlo un poco del disgusto de su accidente en hacerle realidad su deseo de tener ese ansiado perrito. Por eso tanto Jesús, su padre, como yo nos fuimos a tiendas especializadas buscando a la tan ansiada mascota. Cosas del destino, no encontramos un cachorro que nos convenciera en ese momento para formar parte de nuestra familia y todo quedó ahí. De momento claro. Porque en Octubre de ese mismo año Yoly llegó a nuestras vidas de una manera inesperada.
El caso fue que una vecina que sabía, al tener amistad con ella, las ganas de Rodrigo de tener un perro, me llama y me pide que baje a su casa. Voy sin saber para qué y en ese momento, cuando me abre la puerta de su piso para que entre, me encuentro con un perro Grifón, pequeño, de policromo pelo, enmarañado por el descuido con las enredinas en sus rizos, pero donde toda la gama de los grises, plata, ocres, y otros tonos formaban un multicolor carnaval. Sus ojos, redondos, enormes, negros y chispeantes de luces como estrellitas, me miraban con ansiedad. A la vez que daba saltos y saltos a mí alrededor, como si ya me conociese, para darme la mejor bienvenida a su vida. Con tanto ajetreo, Yoly, pues ya tenía nombre y siete meses de vida, sacaba su linda lengua rosadita, color de fresa intenso, que llamaba tanto la atención a todo el que la conocía. Yo la miré extrañada y pregunté a mi amiga de quién era ese cachorro. Ella me contó la historia de Yoly y a nada nuevo va a sonar pues es una historia que se repite y se repite sin cesar desgraciadamente.
Había sido comprada para regalar a unos niños cuando tenía muy poco tiempo de nacida en una tienda. Me dijeron que habían pagado por ella unas veinticinco mil de las antiguas pesetas. Al principio todo muy bien. Pero claro un cachorrito hay que educarlo y sobre todo tener una gran paciencia con él. Con ella no la habían tenido. Venía descuidada, sucia, triste, muy triste. Se notaba que había sufrido malos tratos. Miedosa por todo. Había tenido ya su primer celo, según me dijo el veterinario donde la llevé a revisar y vacunar. Pero era una perrita que nos necesitaba y no podíamos dejarla así. Aunque todavía tenía que ser admitida por el amo de la casa, mi marido.
Recuerdo que era viernes y ese día llegaba antes a casa. Cuando llegó yo tenía a Yoly ya en mi piso esperando la decisión, no sólo de Jesús, sino también de Rodrigo que era el que iba a ser su dueño más directo. Se abrió la puerta, pero no me dio tiempo a decir nada. En ese momento Yoly fue corriendo hacía Jesús, como si lo conociera de siempre, y le hizo la mejor bienvenida que una mascota puede hacer a su dueño. Saltos, brincos, algarabías de ladridos alegres, carrerillas para volver donde estaba Jesús con cara atónita mirando lo que pasaba y ocurrió algo curioso, él empezó a recibir esas muestras de cariño de Yoly, la acariciaba cada vez que ella se acercaba a él, a la vez que con la mirada me interrogaba y con expresión entre estupor y divertida volvía la mirada hacía ese revoltillo de alegría, bola de pelos, lengua rosada, que tan bien le estaba dando el recibimiento a casa.
Expliqué a Jesús la historia de Yoly. Que ya no la querían en la casa donde había estado los primeros meses de su vida porque decían que no podían cuidarla y que la habían dado, a prueba, a través de esta vecina nuestra que conocía a la persona encargada de buscar una nueva familia para ella. De esta manera, como dije antes, tan inesperada, llegó Yoly a nuestras vidas.
Rodrigo, mi hijo, había soñado por lo visto que su perro sería grande y además macho. Pero ella supo conquistarlo y aceptó a Yoly con gran ilusión y cariño. En los primeros días en casa, no solo Rodrigo, sino mi hija Alicia, competían en hacerle salidas a la calle para que la perrita hiciera sus necesidades, además de correr, pasear, y estar con sus congéneres. Pero pronto todo se apaciguó y yo me convertí en su paseadora oficial de la mañana. Pero eso sí, Rodrigo, fue el que la sacaba cada atardecer y en el parque que teníamos junto a nuestra casa Yoly comenzó a ser muy felíz corriendo por la hierba y jugando.
Ella fue muy feliz... conoció la playa, nadó y corrió por ella. Venía con nosotros de veraneo y tenemos unos recuerdos estupendos de cuando intentábamos jugar al tenis en la cancha del complejo donde estábamos y ella corría detrás de las pelotas que se nos caían, que al no ser muy duchos en la materia eran muchas. Así que de esta manera nuestra Yoly fue nuestra estupenda recoge pelotas de tenis aunque había un pequeño inconveniente y era que en el momento de solicitarle la pelota teníamos que correr detrás de ella para conseguirla. En fin no nos venía mal pues hacíamos deporte extra gracias a ella.
Yoly desbordaba alegría. En casa siempre nos recibía con cariño y cuando veía que íbamos a salir tomaba la postura de mirarnos interrogante como diciendo -¿y yo no voy…?- pero nunca nos guardaba rencor por ello, sino como acabo decir, todo lo contrario, cuando volvíamos a casa el recibimiento cariñoso era realmente estupendo.
Uno de sus más destacados rasgos de carácter, aparte de ser tranquilota, era que se sentía muy madraza por eso tendía a tener muchos embarazos psicológicos. A lo largo de su vida tuvo varios y se la veía muy tierna con cualquier peluche que se le diera para jugar, pues ella lo trataba como si fuera su cachorro. Por ello recibió más de una vez tratamiento para paliar esa tendencia maternal que tantas veces manifestó hasta preparándose su cuerpecillo con efectos que solamente les pasa a las perritas preñadas y ella con sus ganas de ser madre lo experimentaba, viéndosele como producía en sus mamas la leche que le hubiera dado a sus crías si ese embarazo hubiera sido real, pero tardó algún tiempo en ver ese sueño hecho realidad, pero llegó ese momento también, ya lo contaré.
En una de sus primeras Navidades, reunidos todos en casa con nuestras mejores galas puestas. Recuerdo que a Yoly yo le había {C} {C}{C}puesto un adorno navideño prendido en el pelo de su cabeza y estaba realmente guapa, aunque ella intentaba por todos los medios quitárselo y era muy divertido verla dar vueltas sobre si misma intentándolo. El caso es que una vez habíamos cenado, pasamos al salón a comer los turrones, ver el programa navideño de la tele y hasta si nos animábamos con la alegría de nuestros hijos, cantábamos villancicos.
En fin, el caso es que desgraciadamente en eso días se venden muchos cohetes, voladores y demás que para algunos sirven como manifestación festiva, pero que la verdad suele ser muy poco grato escuchar tantos ruidos, aparte el peligro que supone el que se pueda ocasionar un incendio o algún accidente del que suele salir mal parado el autor de tal algarabía. Resultó que esa noche, más ruidosa que nunca, Yoly se puso, como la mayoría de los perros que son sometidos a esa tortura tan poco afortunada de ruidos, muy nerviosa.
Mi hermano Felo al verla así la intentaba coger en brazos para con sus caricias intentar calmarla un poco. Pero ella corría y corría por todo el salón y salía al balcón ladrando de una forma desaforada, sin medida, como si de esta forma pudiera calmar ese miedo que le producían los estruendos de los voladores. En uno de sus intentos, mi hermano, pudo agarrar a nuestra perrita y con todo su cariño comenzó a intentar calmarla. Ella se quería soltar y el la sujetó con fuerza para que así pudiera recuperar el aliento, ya que de tanto ladrar y correr jadeaba con fuerza y se la veía muy alterada.
El caso es que mi hermano comenzó a sentir calor sobre sus piernas y nos quedamos todos a cuadro cuando pudimos ver como sobre su pantalón y su chaqueta de gala, nuestra Yoly, sin pretenderlo, pues había luchado por desprenderse de él, había puesto su firma, o sea, se le había hecho caca y pis encima, producto de su estado de nervios por tan ruidosa noche. Mi hermano puso cara de estupor mientras que sujetaba a la perrita con sus manos pero alejándola de él y lamentándose de tal desaguisado en su ropa. Yo no podía parar de reír ante la situación tan dantesca que se había producido y el resto de la familia me acompañaron en las risas a pesar de que después, como imaginarán, hubo de remendar tal desaguisado que no fue precisamente muy divertido hacerlo. Pero todavía recuerdo y han pasado años ya, la cara de estupefacción de mi hermano ante esa situación que ni por lo más remoto esperaba que se fuera a producir.
En esas fiestas de Navidades, Reyes, etc. Lo que más le gustaba a Yoly era jugar con el papel brillante en tonos dorados, plateados, con estrellitas y dibujos plasmados en colores fuertes y llamativos propios para envolver los regalos de esas fechas. Pues bien, una vez se abrían los regalos, Yoly era la perrita más feliz del mundo jugando con todos esos papeles. Los rompía pequeñísimos o cogía uno de ellos y corría con el por el pasillo de casa, mientras nosotros intentábamos quitárselo y darle a cambio su regalo de Reyes que normalmente era un muñequito o una pelota, que por cierto le encantaban, pero nunca logramos que nos la devolviera, para ella jugar a la pelota era todo lo contrario, la cogía y corría y corría con ella en la boca mientras que la perseguíamos con la intención de volver a recuperarla para así poder tirársela y seguir jugando. Fueron días maravillosos y recordarlos me hace sonreír y hasta alguna lagrimilla se asoma por ahí que con mucho cuidado intento no sea más que un pequeño momento de emoción, porque lo que quiero es seguir recordando, con la mente bien despejada, cositas de mi Yoly, mi perrita linda.
Recuerdo que un amigo de Alicia que le tenía mucho cariño y era comercial de una marca de refrescos, pues un día le mandó a Yoly un regalo de los que venían en las promociones de ese refresco. Lo trajo un mensajero a casa, pero lo gracioso del caso, es que el paquetito con el regalo dentro no venía a nombre de uno de nosotros, no ¡que va¡ sino que decía para Yoly Perrita Bonita, sí, sí, lo que leen, jajajajaja…el chico que lo traía se creía que era el nombre de una chica, y que los apellidos eran Perrita Bonita, jajaja…¡que días aquellos! !!Geniales.¡¡
Yoly siempre estará en mi corazón.
Pepi Muñoz