Vaya por delante que, a mí, personalmente, como me gustan los animales silvestres, los salvajes, es en libertad. Pero hay ocasiones, como la que nos ocupa hoy, en que mi corazón, desde dentro, concede un pequeño margen de tolerancia hacia esta actividad, pero solamente en lo tocante a la promoción y fomento del amor hacia las aves y, en general, a toda la vida animal y natural por parte de los niños, a su educación medioambiental, no a la actividad de la cetrería en sí, aunque sé que en determinados ámbitos, como la aviación, prestan un sensacional servicio.
El tío de uno de los alumnos del colegio, José Pablo Visea, por cierto, muy amablemente, se ofreció a dar una charla a los chicos sobre las aves rapaces de cetrería y a exponer algunos de los ejemplares que poseía y que cuida y entrena con especial cariño y esmero.
Primero, colocó en el patio unos posaderos, o perchas, donde iba a colocar a sus, a su manera, alumnos. Acto seguido, apareció con el primero de sus estrellas, una preciosa Águila, halcón, Harris (Parabuteo unicinctus), perfectamente acostumbrado a la presencia humana, hoy multitudinaria.
En segundo lugar, trajo un bonito ejemplar de halcón peregrino o común (Falco peregrinus brookei), creo, un poco nervioso, aunque pronto se acostumbró a la miríada de pares de ojos que lo observaban con asombro y admiración.
A continuación, sacó a escena a la protagonista de la mañana, digo protagonista porque, de inmediato, levantó una ola de admiración entre los presentes, una magnífica hembra de dos años de Búho real (Bubo bubo). Grande, inmensa, preciosa y, sorprendentemente, tranquila.
Le siguió un diminuto ejemplar de cernícalo americano (Falco sparverius) con su capuchón, que enseguida le quitaron. Muy bonito e inquieto, no mucho más grande que un mirlo, para que os hagáis una idea.
Por último, otro ejemplar joven de Halcón peregrino (Falco peregrinus), esta vez de la especie típica. Majestuoso, arrogante, con pose "heráldica" diría yo, sabedor de la espectación que levantaba.
En el patio es habitual compartir recreo con tórtolas, los omnipresentes gorriones, palomas y alguna urraca que vienen a por las migajas que se desprenden de los bocadillos. Hoy no había ni uno, por si las moscas.
Después, el amable cetrero pasó a dar una charla a los chicos y chicas del colegio sobre las aves que había traído. Hizo una descripción de las mismas añadiéndole los datos personales de cada una de ellas.
El momento culminante fue cuando subió a su guante al Búho real, al Gran Duque (en nuestro caso, Duquesa), lo acercó a los niños y dejó que lo acariciasen, bueno, fue el animal, el pájaro, el que, realmente, se dejó tocar.
Lo acariciaron tanto y con tal frenesí que al pájaro casi le da un ataque de ansiedad y comenzó a jadear. Hubo que dejarlo descansar.
Fue en ese momento cuando volvió a mí el sentimiento encontrado del principio, descubriendo, de nuevo, mis verdaderos gustos y deseos hacia la fauna salvaje: libertad, libertad ante todo. Vuelo libre de estas aves, sin pihuelas que cuelguen de sus tarsos, por nuestros cielos, sus cielos.
No hay más que fijarse en sus miradas. Yo los veo tristes, resignados a su vida en cautiverio, por muy cuidados que estén, que lo están. Con el anhelo permanente de volar sin ataduras, cazando para subsistir, criando en los roquedos, en fin, LIBRES.
De todos modos he de decir que, estar al lado, al ladito, de uno de estos bichos es una experiencia alucinante, bestial. Que te mire el Gran Duque a los ojos desde medio metro de distancia sube la adrenalina hasta niveles letales. Y tocarlo, acariciarlo, ¡¡¡ madre de Dios !!!, inolvidable. Quizás, a lo largo de los años, pueda proporcionar nuevos ejemplares que puedan ser liberados en nuestros montes para recuperar su ya escasa población y que podamos volver a oir su grave canto por las noches, a ser posible acompañado del aullido del lobo ibérico. A Félix Rodríguez de la Fuente le gustaría.
¿Qué opináis ?