Todos los días de la semana, mientras tuviera mercancía, y, seguro, los fines de semana, intentaba sacar algunos cuartos con una actividad entonces permitida, un hombrito pequeño, no llegaría ni mucho al metro y medio, mayor, un abuelo. Enjuto, arrugado como una pasa y seco como una chufa, churruscado por el sol extremeño, cobijaba su cabeza bajo una boina, más bien los restos de una boina, de un color entre terroso y cenizo. Se sentaba en una banquetita delante de un jaulón artesanal dentro del cual revoloteaban, asustadas, un puñado de pequeñas avecillas, fundamentalmente jilgueros. El "Tío de los pájaros" tenía pajaritos nuevos. Los cazaba en la zona del río, con una red de esas "de libro", y los vendía baratos, muy baratos. Había que comprar varios pues alguno, algunos, no aguantaban la cautividad y se morían, se morían de pena.
En aquel entonces, mandaba la economía de subsistencia. El que no vendía pájaros, vendía lombrices para pescar, lamprehuelas para lo mismo, higos chumbos, peces, ... ¡yo qué sé!, de todo.Había mercado, por lo barato. Y los pájaros silvestres se vendían hasta en las tiendas de mascotas, sin control. Sin saber el daño que se hacía, fundamentalmente a los pájaros. Pero mandaban las "perras", el dinero.
Hoy en día, eso ya no ocurre, afortunadamente. Bueno, existe un movimiento, el "silvestrismo", creo que así lo llaman, que, básicamente, consiste en lo mismo, pero con protección legal. Es una actividad que depende de la Federación de Caza, ¡toma ya! Éste es un país de escopeteros y pajareros. Espero que algún día termine esto, y espero que no sea por la desaparición de las especies implicadas, los pájaros o el hombre.
Este precioso pájaro, el Jilguero o Colorín (Carduelis carduelis), seguramente uno de los más bonitos de Europa, parece que fue creado para vivir entre rejas. En El Terrao no, por supuesto. Aquí vive libre, libre canta y libre se reproduce.
Sobre una predominante pardo-avellanado de la espalda, que se prolonga en dos manchas pectorales, se incrustan, como piezas de un rompecabezas, los colores más insospechados para un ave de nuestras latitudes, se dirían más propios de un loro o similar.
En vuelo, las alas negras ofrecen un llamativo contraste cromático con la franja amarillo vivo que las atraviesa de lado a lado. Las rémiges primarias, grandes plumas de las alas, terminan en una mancha blanca. La cola, también negra, ostenta asímismo manchas blancas. El vientre, blanco.
El píleo es negro y se continúa, a modo de grandes patillas decimonónicas, enmarcando las blancas mejillas. Y la cara, la carita, colorá, roja como un madroño, del que destaca un pico alargado y aguzado, perfecta herramienta para obtener su alimentación principal. En los machos, el madroño sobrepasa el ojo, y es de un rojo más vivo que en las hembras, en las cuales el rojo no lo sobrepasa. En los jóvenes, la cabeza es parda uniformemente.
Es un ave granívora y su alimento principal son las semillas de los cardos. Para obtenerlas, cuenta, como he dicho, con una herramienta especializada, su aguzado pico, con el que llega al fondo del involucro de las semillas de diferentes especies de cardos y las extrae con asombrosa facilidad. Además, se vale de su extrema habilidad como equilibrista para llegar hasta el último cardo de la mata. Las cortas y espesísimas plumillas del rojo madroño actúan como máscara protectora y le libran de no pocos pinchazos.
Completan su dieta con gran variedad de granos, brotes y semillas. En época de cría, consumen una enorme cantidad de insectos con los que alimentan a sus polluelos que crecen rápidamente con tamaña ración de proteínas.
Su canto es especial. Sobresale, a mi gusto, sobre el de los otros pájaros del campo. Es un gorjeo líquido, variado, sin estridencias, pero muy musical, extremadamente agradable de oir. Si tenemos la suerte de que haya dos machos próximos que se reten, disfrutaremos de un espectáculo sin igual, llenando el aire de una gran variedad de tonos, trinos y colores musicales que son capaces de emitir estos pajaritos de colorines. En libertad, como debe ser.