Sus entradas y salidas de la cárcel eran constantes y a medida que pasaban los años su desesperanza por el futuro y su pobre concepto de sí mismo lo fueron sumiendo en una profunda depresión.
Con 39 años, adicto a la heroína y sin esperanzas, conoció a George. Una pareja en una situación igual de precaria que la suya le pidió que se hiciera cargo de un perro maltratado por su anterior dueño. Se trataba de un staffordshire bullterrier llamado George.
La depresión de John iba en aumento y no se sentía con fuerzas para cuidar a George, pero haciendo un esfuerzo sobrehumano, empezó a educarlo para liberarlo de su agresividad. Se levantaba temprano cada mañana para darle el paseo de rigor y alimentarlo. Poco a poco, ese proceso de entrenamiento no sólo le servía a George. John empezó a tener una disciplina y una razón por la que vivir. Una meta y un compromiso con George y con él mismo.
Los robos se acabaron, por tanto empezó a pedir limosna en la calle, junto a George. Jonh comenzó a dibujar lo que veía ante sus ojos, a plasmar su visión de la realidad en un papel. La gente que paseaba a su lado y que antes, en ocasiones, había sido cruel con él y su circunstancia, empezó a comprar sus dibujos por unas libras.
La casualidad hizo que el dueño de una galería de arte cercana viera sus ilustraciones y le interesaran. Después llegó su primera exposición y un libro llamado “El Perro Que Me Cambió La Vida”
Su adicción a la heroína parece estar controlada después de ingresarse en un centro de desintoxicación. La depresión vuelve cada invierno, pero es más llevadera. Su rostro, ya con 43 años, refleja una vida de excesos y soledad.
El que no le abandona es George, ahora convertido en un perro fuerte, ágil, alegre y vital. El amor de un hombre a un perro, de un perro a un hombre. La salvación antes de caer al vacío…
Los milagros existen.
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