Por suerte, Louisa entró en modo rescatador y corrió a buscarla, la subió en su coche y la llevó a toda prisa hasta el veterinario más cercano. Allí le dijeron que la perrita quizá no sobreviviría: estaba muy mal.
Al día siguiente, Stella ya levantaba la cabeza, lo que era un éxito, pero era evidente que estaba asustada, desanimada, sin ganas de jugar, correr o siquiera de vivir. Comía y bebía, por fin, y aceptaba las caricias, pero estaba muy mal.
A los tres días la perrita ya podía ponerse de pie, y, pese a su desánimo, su cuerpo se estaba curando, recuperaba peso y comía por su cuenta. En este punto, Louisa se la llevó a su casa, donde tenía ya otros dos perros.
Allí, Stella conoció a Lucas, que era un cachorro grande y muy tímido. Ambos perros conectaron en el acto. Stella vio en él un alma afín y quiso jugar con él, y Lucas, al principio inseguro, comenzó a responder. Jugaron, se hicieron amigos… y después, inseparables.
Louisa sabía que Stella se encontraba en muy mal estado, en especial anímicamente, y esperaba necesitar muchos meses para ayudarla a superar sus traumas. No obstante, Lucas no solo hizo compañía a la pitbull, sino que la sacó de su caparazón: con la ayuda del cachorro, Stella se recuperó física y emocionalmente a toda velocidad, y en cuestión de semanas mostró su verdadera personalidad juguetona y alegre.
Esta es una demostración de que los perros son animales que necesitan compañía y amor. Sin Lucas, posiblemente Stella habría tardado mucho más tiempo en ponerse bien, y quizá nunca lo hubiera hecho del todo. Pero estaba el cachorro, y estaban los demás perros. Y ante todo, había amor en la familia. Era eso lo que necesitaba.
Marcos Mendoza
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