Empezaré por el principio, a ver si así me sale las palabras. Mañana hará 1 año que murió Miqui, nuestro bulldog francés. El post lo publico hoy porque el domingo es el día en que hago las publicaciones.
Miqui vino a nuestra casa antes de que nacieran los niños, así que para nosotros fue como un hijito. Ya se que a quien no le gustan los animales y no tienen mascotas no lo pueden entender, pero fue así.
Íbamos con él a todas partes, inlcuso una vez fuimos a un hotel para familias, sin tener hijos, porque aceptaban perros (creo que éramos los únicos en todo el hotel sin niños).
Cuando nació Paula, no le sentó demasiado bien, y siempre estuvo un poco apartado de ella. Al nacer Jordi, vió que no le quedaba más remedio que aceptar la situación y empezar a hacer caso a los más pequeños.
Fue un perro con muchísima energía siempre, salía a pasear y se comía el mundo. Llegaba a casa que no podía ni respirar. No sabía parar cuando estaba cansado y siempre pensamos que el día que se muriera sería por un ataque al corazón o por algo relacionado con este descontrol que tenía sobre sí mismo. Hacerle fotos era casi imposible porque siempre salían movidas o chupando la cámara.
La edad lo fue calmando poco a poco, pero a pesar de que su cuerpo no tenía la energía de antes, él quería hacer lo mismo. Aunque los paseos ya no podían ser tan largos porque íbamos mucho más despacio.
Me acuerdo, embarazada de Paula, que nos dábamos unas caminatas a las siete de la mañana que ahora sería incapaz de hacerlas a ese ritmo que llevábamos, o mejor dicho, que llevaba él y yo tenía que seguir. Estoy segura que, al verme pasar, debían pensar que ya estaba paseanado la loca embarzada a toda pastilla con el perro.
Hace año y medio que nos cambiamos de casa. De un piso sin terraza siquiera, a una casita con un poco de jardín, y siempre pensamos en lo contento que estaría Miqui de ir a vivir allí. Lo malo es que subir y bajar los cuatro escalones para ir al jardín le resultaba cansado. Pobrecito, con lo que hubiera disfrutado de joven!!!
Los últimos años se había hecho súper amigo de los niños, se dejaba acurrucar por ellos y se dejaba hacer lo que fuera. Todo estaba permitido.
Y sabía ponerse en el lugar adecuado para que jugaran con él.
Cada año íbamos al Delta del Ebro con él. No podía faltar en esta excursión porque era feliz corriendo por allí. Venía con nosotros en las vacaciones de verano, ya que no lo íbamos a dejar sin poder disfrutar de la familia en esos días.
En realidad cuando hay perro en casa la vida gira en torno a él, igual que un niño más, porque hay que sacarlo a pasear, hay que tener en cuenta que a ciertas horas ese paseo no se puede saltar y hay que estar en casa. Hay que llevarlo al veterinario a vacunar y a hacer revisiones, hay que bañarlo, hay que hacer un montón de cosas que leídas parece un montón de trabajo, pero que al final se convierten en el día a día y no es nada sacrificado, pero hay que tenerlo en cuenta. E incluso los paseos diarios en familia se convierten en algo divertido y no en una obligación.
Bueno, como os comentaba al principio y que muchas veces digo es que a mis hijos les suele molestar que les haga fotos en todos lados. Justo en las fotos del paseo con Miqui de este post, se estuvieron quejando un poco y que era un poco pesada haciendo fotos. Yo siempre les decía que serían recuerdos y ellos se reían.
Pues bien, ahora son ellos quienes dicen que se han de hacer fotos para tener recuerdos, ya que nada nos hacía pensar que Miqui se pudiera morir ese mismo día.
Era un domingo y estuvo con nosotros todo el día, y ya por la tarde salimos a pasear por la playa, como cualquier otro día. Miqui estaba un poco mayor, iba más lento, pero no sabíamos que tuviera nada ni había nada que nos hiciera pensar en que se puediera ir tan pronto.
Nos fuimos a casa, ducha, cena y a dormir. Miqui dormía tranquilamente en su cama. Yo estaba leyendo en la mía y oí a mi marido que me llamaba gritando para que bajara. Miqui se había levantado de la cama y las piernas no le aguantaban. Cayó redondo y no hubo nada que hacer, a pesar que lo llevamos corriendo al veterinario de urgencias.
Jordi dormía y hasta la mañana siguiente no se lo contamos, pero Paula aún estaba despierta y se enteró de todo. El disgusto que tuvo siempre lo recordaré.
Parece mentira cómo reaccionan de diferente los niños. Paula reaccionó llorando, incluso días después, hablaba de Miqui y lloraba. Jordi, que no podía vivir sin él, no soltó ni una lágrima, aunque cambió un poco su comportamiento al cabo de unos días, supongo que al darse cuenta de la cruda realidad.
La tristeza tan grande que deja la pérdida de una mascota sólo la saben quiénes la han sufrido, y parece mentira lo hondo que calan estos animales en la familia.
Un año después, hemos hecho varios intentos de adoptar otro perro, y no hay manera. Supongo que no lo hemos acabado de superar y hasta que todos no estemos completamente convencidos de ello, no seremos capaces de hacerlo.
Ahora sí que valoran un poco más las fotos por este motivo, inlcuso ha habido veces que ellos mismos piden hacerlas porque son recuerdos.