Los expertos en conducta animal han encontrado evidencias que contradicen esta creencia. Jason G. Goldman, graduado en Psicología del Desarrollo en la Universidad del Sur de California, en Los Ángeles, ha reunido pruebas de que diversos animales sociales (los que interactúan de varios modos con otros miembros de su especie) celebran prácticas funerarias que recuerdan algunas que siempre habían sido consideradas humanas.
Tales evidencias desafían el orgullo de los creacionistas y ofrecen nuevo soporte a la teoría de la evolución. La mayor parte de ellas proceden del libro de la doctora Barbara J. King How Animals Grieve.
En octubre de 2003 una observadora de la vida silvestre vio cómo una elefanta, llamada Eleanor, caía al piso por un problema previo en las patas traseras. Una elefanta de otro grupo, identificada como Grace, se acercó a auxiliarla e intentó ponerla en pie. El resto de ambas manadas prosiguieron su camino, pero Grace cuidó a Eleanor hasta que se ocultó el sol. La elefanta enferma falleció a las pocas horas. En los días que siguieron decenas de elefantes de sus propios grupos, o de grupos ajenos, se acercaron a visitar el cuerpo. Lo olían, lo tocaban con los colmillos y las patas, y se inclinaban ante él, como si se tratara de humanos en un velorio. Esto ha hecho pensar a los investigadores que estos animales son capaces de ofrecer una respuesta general ante la defunción de los miembros de su especie.
Un comportamiento semejante se ha observado en los delfines, especie que sorprende a los investigadores por sus niveles de interacción social. Han sido documentados distintos rituales funerarios entre ellos, consistentes en cuidar los restos de los ejemplares muertos. En mayo de 2006 un grupo de científicos en la costa este de la isla Mikura, en Japón, detectó a una hembra muerta y trató de recuperar el cadáver que yacía a poca profundidad; dos delfines machos lo custodiaban y evitaron, en todo momento, que los observadores se le acercaran. Se han registrado muchos otros episodios de este tipo en los que grupos con un mayor número de ejemplares desarrollan respuestas de protección y agresión para evitar que los humanos se acerquen a los despojos. También los mantienen a salvo de los depredadores marinos que pretenden alimentarse con sus restos.
Los chimpancés, tan cercanos a los seres humanos en la cadena evolutiva, presentan rituales distintivos y elaborados. Cuando un chimpancé pequeño muere, su madre carga el cuerpo durante días, semanas o meses, lo limpia y lo acicala sin importar que se encuentre en proceso de descomposición. Sólo lo abandona cuando alcanza un grado tan avanzado de putrefacción que ya no es reconocible. En junio de 2012 un chimpancé bebé murió en el zoológico de Los Ángeles. Los responsables de su atención decidieron permitirle a la madre que conservara el cuerpo durante algunos días para completar el proceso de duelo. Se han observado conductas semejantes entre gorilas, macacos y lémures.
Cuando un chimpancé adulto fallece, sus deudos lloran, rechazan la comida y se aíslan, incluso se han registrado algunos casos de entierros. Los perros, como el akita, cuya historia es referida en la película Siempre a tu lado, pueden sentir de manera profunda la muerte de sus amos. La doctora Barbara J. King considera el duelo animal como "una respuesta visible a la muerte que va más allá de la curiosidad, caracterizada por un desorden en la rutina al que se suman signos de trastornos afectivos". Asegura que, aunque es difícil hallar consuelo para la pena por la muerte de un ser querido, el reconocer que los animales también experimentan pesar, puede darnos una reconfortante sensación de empatía y conectarnos de manera más íntima con los demás seres vivos.