Artículo de Eva Mosquera Rodríguez, tomado de El Mundo.es
Colaboración de Ashlee Alexa Animalista
Un bebé chimpancé rescatado junto a los restos de su familia. MERCURY / LAGA
Según sus rescatadores, "el bebé llora sin parar cuando se le acercan los humanos". Los ojos grandes y llenos de miedo e incertidumbre de este pequeño chimpancé son sólo una mínima muestra del horror del tráfico de especies, un negocio ilegal que comparte cama con el imperio de la droga por estar entre las cinco mafias que más dinero manejan.
Detrás de las lágrimas de esta cría se esconde el brutal asesinato de su familia. "Las hembras con bebés son las más expuestas, porque los pequeños se aferran a sus madres y eso las hace más lentas", explica a EL MUNDO Federico Bodganowicz, director ejecutivo del Instituto Jane Goodall España (IJG).
Los ojos del terror.
Detrás del miedo a los humanos de este pequeño simio no solo están las balas, sino también el fuego y el acero. "Matan a las madres y las ahúman para preservar la carne. Es una delicatessen en países como Camerún", cuenta apenado Bogdanowicz. A este bebé lo encontraron entre 7 cabezas y casi 30 extremidades. "A las crías las dejan vivir y las venden como mascotas. Las llevan en maletas hacia China y el medio oriente porque allí se paga mucho dinero".
Concretamente, por una pareja de chimpancés exportados con sello CITES (Convenio sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestre), los traficantes obtienen más de 16.000 euros en el Cairo, donde son trasladados a otros países. Sin embargo, un furtivo de Guinea sólo recibe unos 40 euros por el trabajo sucio, según datos de GRASP (Great Apes Survival Partnership). Pero el problema no solo se centra en los más pequeños de los grandes simios, sino que también atacan a los bonobos -por los que los traficantes reciben casi 38.000 euros por una pareja- y a los gorilas, los cuales llegan a la estruendosa cifra de más de 240.000 euros para el traficante y a los casi 2.000 euros para el furtivo.
Así, tanto el IJG como el propio GRASP coinciden en que "el verdadero problema son los traficantes, no los furtivos. Si se acaban los traficantes, no habrá furtivos". En dar caza a esta mafia se ha implicado la Organización No Gubernamental (ONG) que rescató al bebé chimpancé y a los restos de su familia, LAGA, fundada por Ofir Drori, un joven israelí que lleva 8 años de su vida recorriendo África. LAGA protagoniza la parte legal de esta persecución, una suerte de policía pro-animal que busca acabar con el tráfico de especies.
Federico Bogdanowicz con el chimpancé Lemba en Tchimpounga. | IJG
Según esta ONG, el comercio ilegal de grandes simios es una estructura "transnacional, organizada y especializada". Estos terribles sucesos "son comunes en las numerosas operaciones de detención de traficantes de simios realizadas este año". Esta vez, dos traficantes fueron detenidos por LAGA en la frontera de Camerún con Nigeria mientras transportaban al bebé chimpancé y a los restos. "Han admitido el delito, lo que significa que se podrían enfrentar a un máximo de tres años", explicó el IJG.
En países como en el Congo, LAGA trabaja mano a mano con el Instituto Jane Goodall. Así, el equipo de Ofir Drori efectúa el rescate y las detenciones y posteriormente traslada a las víctimas a los centros de rehabilitación del IJG, como el de Tchimpounga, donde se trabaja con los bebés mostrándoles que, al igual que no todas las ramas son seguras, no todos los humanos son malvados.