Para poder sobrevivir a la desgracia, un día le abrió la puerta a una gata herida que buscaba refugio. La adoptó sin imaginarse que su llegada sería el inicio de una larga descendencia felina. Primero fueron cuatro, luego nueve, luego quince, luego veintitrés, luego ¡quién sabe cuántos! Todos perdieron la cuenta.
La mujer se fue transformando. Cada vez hablaba y salía menos, miraba extraño. Los maullidos de los gatos en su casa parecían traspasar las ventanas, inundar la calle, taladrar los oídos de quienes antes vivían tranquilamente.
Un día, la casa se detuvo. Quedó estática. Los ruidos cotidianos cesaron. Ningún olor, ningún movimiento. Los gatos se comportaban extraños. Maullaban bajo, daban rondines, estaban tristes. Los vecinos lo notaron. No fueron necesarias las palabras. Se miraban unos a otros, lo sabían: La vieja hierbera había muerto. ¿Qué hacer?
Inesperadamente, un audaz pasado de copas pretendió burlarse del dolor felino. Sin respetar a los guardianes gatunos, de ancestral vínculo con la muerte, tiró un par de piedras a las ventanas y pateó la apolillada puerta hasta abrirla. Como extraño sortilegio, el hombre apareció muerto al día siguiente.
Ya con la puerta abierta y los cristales rotos, los vecinos pudieron ver a la mujer en el piso, custodiada por sus fieles gatos, quienes parecían revivir a la anciana con maullidos y movimientos. Era un cuadro escalofriante.
Después de la intervención de las autoridades, se supo que todo cuanto tenía se lo había dejado a sus gatos, quienes conocedores de esa voluntad, siguieron habitando la vivienda.
Hoy la casona conserva las ventanas rotas, la puerta de madera y las decenas de gatos herederos de los bienes. Los vecinos han aprendido a respetarlos. Se dice que estos felinos se han vuelto salvajes. Se dice también que el espíritu de la mujer ronda por la calle. Que a veces su silueta se aparece. Que a veces también, huele a tés extraños.
Cierto o falso, esta leyenda vive. La casa y los gatos siguen allí, vigilantes, desafiando al tiempo.9 yensen