Pero Capitán regresó una semana más tarde… no a casa, sino a la tumba de su humano.
Lo cierto es que nadie lo había llevado a la tumba, ni siquiera al cementerio. Pero de algún modo él sabía perfectamente dónde se había quedado Manuel, y apareció junto a él, siempre esperando su regreso.
La familia intentó llevarse al perro a casa de nuevo, pero Capitán volvía a escaparse, y siempre regresaba al lugar donde su humano favorito descansaba. Al final, dejaron de intentarlo, pero cada domingo, al ir al cementerio, comprobaban cómo estaba. Capitán sobrevivía, y los guardas lo dejaban estar ahí e incluso le daban comida.
A día de hoy, Capitán sigue allí. A veces vuelve a casa a pasar el día y visitar a su familia, pero siempre regresa a las 6 en punto de la tarde y se acuesta junto a la tumba de Manuel.
Otra muestra más de la inmensa lealtad de los perros.
Marcos Mendoza
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