Tomado de El País.com
Un momento de la agresión, en el vídeo se puede observar como el agresor le
sujeta las manos al otro mientras le muerde la cara. (Captura)
El vídeo es estremecedor. Un individuo agarra a una adulta, la zarandea y la destroza a mordiscos. Pasan 10 segundos de violencia hasta que el agresor cesa sus embestidas. En seguida, otra adulta se acerca, se encara con el atacante y besa y abraza a la víctima. Son 25 segundos de comportamientos aparentemente humanos, pero no se trata de personas, sino de macacos de Togian, un mono indonesio con el que compartimos un ancestro común que vivió hace 25 millones de años.
"Es la primera vez que el consuelo se documenta científicamente en monos", explica Roscoe Stanyon, un antropólogo de la Universidad de Florencia (Italia) que está empujando la frontera entre lo humano y lo rigurosamente animal. Cuando mañana los políticos consuelen a los candidatos que pierdan las elecciones en España, estarán refinando un comportamiento típico de un mono de 12 kilogramos.
"Antes se pensaba que la empatía, el consuelo y el altruismo eran características que solo se encontraban en los seres humanos. Incluso se propuso que estos rasgos eran los que nos diferenciaban del resto de los animales y nos hacían únicos", detalla Stanyon, que ha publicado su estudio de los macacos de Togian en la revista especializada Evolution and Human Behavior. "Se creía que estos aspectos nobles del comportamiento humano se debían a una educación moral o religiosa. Nuestro trabajo muestra que estos comportamientos tienen un origen evolutivo más profundo", sostiene.
Los científicos definen el consuelo como un comportamiento, generalmente entre amigos, que reduce la ansiedad de una víctima tras una agresión. Ambos criterios se cumplen en los macacos de Togian, que consuelan más a sus amistades. Hasta ahora, esto solo se había observado en los humanos y los grandes simios, como chimpancés y bonobos.
El trabajo de Stanyon apoya el llamado Modelo de la Muñeca Rusa, propuesto por el primatólogo holandés Frans de Waal. Según este esquema, la empatía en los seres vivos se clasificaría en tres matrioskas. La más interior y primitiva sería el contagio emocional, un mecanismo elemental que hace que imitemos casi sin darnos cuenta el comportamiento de los demás: como cuando un bostezo se transmite en cadena entre humanos en un autobús o entre chimpancés en un zoológico.
La matrioska intermedia sería, precisamente, ese consuelo entre los políticos en la noche electoral o el de los macacos de Togian. Y la tercera muñeca rusa, la exterior, sería la empatía más humana: la capacidad total de ponerse en el lugar de otro, de identificarse plenamente con su estado de ánimo.
"El consuelo está más extendido de lo que pensamos. Ahora hay estudios en elefantes, aves (cuervos) y perros que sugieren comportamientos de consuelo, quizás incluso en roedores", apunta De Waal, uno de los responsables del Centro Nacional Yerkes de Investigación en Primates, que acoge a 3.400 monos y simios en Atlanta (EE UU).
Para De Waal, el origen de la empatía se remonta a la aparición de los mamíferos. Ya sea una rata o una jirafa, una madre debe ser extremadamente sensible a las indicaciones de hambre o miedo de sus crías. A partir de ese germen, la empatía habría evolucionado con una "continuidad".
En los humanos, señala De Waal, se acepta la idea de que la empatía se traduce en altruismo, en ayudar a los demás a cambio de nada. "Pero cuando se hablaba de otras especies, nadie quería creer que operase el mismo mecanismo. El altruismo en otros animales se solía explicar en términos egoístas. Solo en los últimos 10 años creemos que los humanos y otras especies utilizan el mismo mecanismo para llegar al altruismo", afirma.
En los últimos años, la comunidad científica ha observado ejemplos sorprendentes de empatía y altruismo en los animales. En 2011, un estudio de la psicóloga Inbal Ben-Ami Bartal, de la Universidad de Chicago (EE UU), mostró que las ratas preferían liberar a sus congéneres presas antes que comer chocolate solas.
"Los humanos somos notables en nuestras habilidades cognitivas, cooperativas y emocionales. Lo que enfatizan los biólogos evolucionistas es que estas tendencias cognitivas, empáticas y cooperativas son continuas entre las especies", recalca Teresa Romero, una española que investiga el comportamiento animal en la Universidad de Tokio (Japón).
No todos los expertos comparten estas ideas. "Si somos evolucionistas, puede parecer lógico que encontremos una versión rudimentaria de cualquiera de nuestras características en los chimpancés, pero este argumento es falaz. La evolución no es una línea, sino un árbol con saltos cualitativos", opina Fernando Colmenares, director del Grupo de estudio del comportamiento animal y humano en la Universidad Complutense de Madrid.
A su juicio, un macaco puede consolar a otro tras un ataque no por empatía, sino para calmar sus propios nervios con un abrazo. "Lo que sostenemos los escépticos es que se puede llegar a Roma, a un mismo comportamiento, por caminos distintos. La empatía define nuestra humanidad. Y no tenemos ni pajolera idea de qué pasa por la cabeza de un mono", sentencia.