Nadie espera su pasado






Por Elsie Carbó
grillosazules@gmail.com

La niña estuvo abstraída mirándola -casi una eternidad, aunque solo fue cosa de un par de minutos. Era una gata flaca con estampados en blanco, amarillo y negro cubriéndole su desaliñado cuerpo.

-Tendrá unos cuantos bebés a juzgar por el tamaño de su barriga y la hinchazón de sus tetas. O a lo mejor ya parió y está dando de mamar, con ellas nunca se sabe.

La niña sigue absorta pero escuchaba la disertación de su padre que estaba a sus espaldas y hacía movimientos desesperados con sus brazos para quitarle aquella idea, que él conocía bastante, porque ya en la casa no cabía un animal más, recogido y alimentado, sin distinción de especie, raza o variedad.

Era una obsesión de la que no podía zafarse, el padre lo sabía pero nunca encontró las palabras adecuadas para disuadirla y hacerle entender que los animales deben continuar donde están, pues todo en la vida tiene medida, hasta la devoción, y ella, en su corta edad, desconocía que ese límite existencial algún día le pondría fin a los más bonitos sueños de su infancia.

Pero la niña se sabía competente, aun cuando entre sus aficiones más connotadas, no estaban solo la de su amor por los animales, también su interés por pintar el paisaje y agarrar de la vida todo lo que le rodeara, y aquellos juegos prohibidos o desconsiderados, por considerarlos poco adecuados para una pequeña que no levantada dos palmos del suelo, como el de apostar por las marcas de los carros al azar, con su correspondiente incentivo monetario, así el primer auto que asomara por la esquina de la desolada calle Real podría convertirla en ganadora si era un Cadillac, un Ford o un Pontiac, en dependencia de la marca escogida, pero si fuese un Studebaker o un Chevrolet sería otro el ganador, perdiendo el centavo de ganancia que habrían acordado entre todos.

Solo un pueblo pequeño con ínfimas opciones para los anhelos de la juventud y donde rodaban unos pocos carros de lujo, podía mantener entretenidos a un grupo tan disímil e insólito como este, y aquella muchachería tenía que armarse de paciencia y esperar durante muchas horas a que pasase algún desprevenido chofer con su flamante automóvil para no perder el invicto del apostador.

Fuera de ese esparcimiento intrascendente, calumniado y difamado a más no poder, sobre todo por madres y padres intolerantes, nada había que la complaciera tanto como preservar a sus animales, verlos retozar, crecer sanos y saludables, rescatados o perdidos, como ocurrió con aquella gata tricolor que finalmente se convirtió desde aquel día en el centro de la casa, una pasión persistente hasta nuestros días, íntima e inalterable, en esa pirámide de valores que acumulamos los seres humanos más allá del tiempo y la razón, sin que pierdan por eso su esencia libertaria e innovadora.

Aún cuando alguien evoque con antigua nostalgia aquellas polvorientas esquinas de antaño, donde ya no están los apostadores vigilando marcas memorables de épocas pasadas, porque ellos, como aquellos viejos carros han sido relevados por la modernidad del hombre, al parecer más refinado, donde ahora los entretenimientos infantiles compiten por el exterminio del contrario y hasta el mismo hombre es solo una hipotética ficha de cualquier juego de azar.

Así hoy Corolas, Bentley, BMW, Citroen, Dacia, DFSK, Ferrari, Fiat, Honda, Hyundai, Infiniti, Isuzu, KIA o Ladas imperan en avenidas y ciudades como marcas del ascenso, qué más da, no es necesario que importe mucho que alguien, en una remota calle de un barrio cualquiera, acaricie algún gato y espere melancólica rememorando aquellos heroicos recuerdos del pasado.


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