Algo que lo molesta y al mismo tiempo despierta su curiosidad, podrá simultáneamente repeler y atraer al animal. Allí queda sentado, con ganas de irse y con ganas de quedarse. Mira fijamente a lo que lo irrita e, incapaz de resolver su conflicto, demuestra un estado de agitación, realizando una acción trivial y abreviada, como para romper el estancamiento en el que se encuentra. Otras especies responden de maneras distintas. Algunos animales se mordisquean las patas, otros se rascan detrás de la oreja con la pata trasera.
Las aves se limpian el pico en una rama, los chimpancés se rascan los brazos o el mentón. Pero para los felinos esos golpes de lengua son la acción favorita. Hay una forma inofensiva con la que se puede probar eso. A los gatos no les gustan los ruidos con vibraciones agudas, pero los intriga el descubrir qué produce esos sonidos.
Un peine frotado contra los dientes produce un ruido semejante. Prácticamente todos los gatos, cuando oyen el sonido producido por esa acción, contemplarán el peine que usted tiene en la mano y luego, después de unos pocos segundos, comenzarán a lamerse los labios. Si el sonido continúa, el animal puede decidir finalmente que ya es suficiente y se marchará. Es sorprendente, pero esto funciona en leones adultos como en los más pequeños gatos ordinarios. A veces, después de lamerse viene un violentó estornudo y otras un amplio bostezo. Esas acciones parecen ser alternativas felinas de las “actividades sustitutivas”, pero son menos comunes que los lengüetazos.
Por qué el gato se irrita tanto por una vibración del sonido es algo misterioso, a menos que, durante el curso de la evolución felina, haya representado a algún animal dañino de alguna clase, algo inapropiado para atacar como presa. Un ejemplo obvio que surge para eso es el sonido de la serpiente de cascabel. Los gatos a lo mejor tienen una respuesta de alarma automática ante esos animales y eso puede explicar el hecho de que se sientan disgustados e intrigados al mismo tiempo.