Y, claro, hemos calculado cuántas vidas salvaremos cada año. Blasmamos del maltrato, el especieismo, la explotación, el esclavismo, la crueldad o la matanza. Pero debería darse por sentado que, sociopatias aparte, a todos nos conmueve el sufrimiento del resto de animales, del resto de nosotros. Sea en el ghetto de Varsovia o sea en un laboratorio de investigación farmacéutica.
Pero eso no puede bastar. Es preciso ese plus, la voluntad de superar nuestra condición de primates territoriales y todas las justificaciones etológicas que, a modo de coartada pretendidamente evolutiva, justifican los yugos que imponemos soberbiamente a los demás animales. Y superarla para aspirar, primordialmente, a una dimensión ética que nos permita mínimamente pretender que nuestra existencia individual supera la simple combinación orgánica de elementos materiales que nos conforma.
No es, que también, una cuestión de conciencia ecológica o de postular una conversión comportamental global. Y no lo es porque tal vez nuestros esfuerzos por salvar la tierra sean baldíos. Quizás puedan contribuir, sí, al advenimiento de una conciencia colectiva, no ya de especie sino incluso de forma de vida. O tal vez estemos ya condenados a la extinción desde nuestros primeros pasos en la sabana. Pero esa reflexión se me antoja absolutamente intrascendente más allá de nuestra percepción, más allá de la experiencia personal de cada uno de nosotros. Somos apenas lo que somos, una, un mero estado de la materia en este preciso parpadeo espacio temporal, sin propósito moral. Menos que la más minúscula insignificancia cósmica, ante cuya condición la simple idea de trascendentalidad deviene grotesca.
¿Porqué vegano, entonces? Porque tampoco somos menos de lo que somos. Y, por tanto, no tenemos porque cconformarnos con menos de lo que podamos alcanzar. La dignidad propia en la defensa de la ajena, el escalón moral que proporcione, si acaso, un ápice de sentido a la vida individual, incluso a la luz de nuestra posible futilidad colectiva. Vegano para atesorar un objetivo justo y, en el propósito de resistencia, un camino para alcanzarlo. Porque en esa solvencia moral radica el capital necesario y suficiente para enfrentarnos al vértigo ante ese abismo existencial, a diferencia de los saqueadores, que precisan de fábulas infantiles y ridículas falacias esotéricas para superar la repulsión que les causa reconocer la vacuidad de su vida reflejada en cada charco de sangre que vierten.
Por eso soy vegano. Porque me dota de sentido ante el caos. ¿Verdad que no es poco?