Por Elsie Carbó
grillosazules@gmail.com
Con mucha tristeza veo pasar frente a mi casa a esos perros de pelea que impunemente proliferan en mi país sin que exista una ley o una disposición, al menos, que impida esta violenta ilegalidad. Hermosos, poderosos, con musculatura de luchadores invencibles como en aquellos antiguos coliseos romanos donde la muerte era una diversión cotidiana. Los veo pasar de tarde en tarde arrastrando pesadas ruedas de hierro para ganar en fortaleza y rapidez, y noto que sus dueños no escatiman en proveerlos de una imagen belicosa al ataviarlos con arneses y collarines espectaculares que complementan su aspecto de asesinos en potencia. Y no solo siento tristeza por la certeza de saber que toda esta especulación, si es que cabe la palabra, es sinónimo de lucro y terror, también duele porque sus jóvenes dueños solo piensan en sacarles dinero sin tener en cuenta que el destino forzado en esos animales representa un enorme peligro para la sociedad.
No pretendo hacer recuento de los innumerables ataques de animales entrenados para pelear que han incurrido en hechos sangrientos con personas, y hablo de mujeres, ancianos y niños, una investigación en cualquier cuerpo de guardia o policlínicos pueden dar de fe de cuántos acuden alegando mordidas, arañazos u otros daños ocasionados por el ataque de un pitbull, un bóxer u otra raza de las que comúnmente dedican a matar, aunque también si existieran estadísticas de las muertes o lesiones que causan estos perros entre las mascotas sobrepasarían los límites de la credulidad, si sabemos que los mismos propietarios los lanzan sobre los más indefensos en las calles, patios y aceras como parte de su preparación habitual ante los combates, algo así como los sparring que realizan los boxeadores en el ring.
De que son un peligro mortal nadie lo duda, pero tampoco nadie hace nada, y cuando digo nadie estoy aludiendo a los que pueden poner freno a tanta barbaridad con solo promulgar algún decreto, ley o disposición que prohíba tales desmanes e imponga sanciones severas a quien viole las medidas, porque las multas al bolsillo funcionan, a mi por ejemplo nunca más se me ha ocurrido pisar un césped después de haber sido penada una vez al cruzar los canteros en G y 25, pero de eso ya hace muchos años, y aquellos inspectores han desaparecido, claro que multas y castigos deben estar acompañadas de una fuerte actuación policial para que la gente poco a poco vaya aprendiendo a respetar.
Siempre estoy atenta a que algún alto funcionario, de esos que gozan de credibilidad en el pueblo y nos convocan a seguir en pie de lucha por nuestro país, hable sobre estos temas en cualquier conmemoración, festividad o asamblea, sin que solo se exponga como una distracción graciosa de lo que es capaz de hacer un animal, como ocurre en algunos programas televisivos, estoy convencida de que si se formula públicamente con la seriedad que conlleva automáticamente dejaría de ser invisible en los medios de comunicación, y se reflejaría con la seriedad que merece, como lo han hecho en su momento el llamado al uso del condón, los cuidados que hay que tener con la purificación del agua y los alimentos, el ahorro, los carnavales, la violencia de género o el matrimonio igualitario. Pero desgraciadamente para combatir el maltrato hacia los animales y su utilización con fines de lucro no hay campañas mediáticas ni voces que se alcen enérgicas en las tribunas, mientras tanto, solo las redes sociales explotan de ansiedad pidiendo que se ponga fin al abuso con los caballos que son destinados al tiro de coches y carretones, a la arbitrariedad con que a menudo son tratados los animales en los circos, zoológicos y rodeos, a la indolencia con que ven el sacrificio de los chivitos, carneritos, palomas, gallos y jicoteas en los rituales religiosos, a las peleas de gallos, que eufemísticamente quieren hacer ver como tradiciones nacionales en algunas regiones del país, donde hasta tienen vallas oficiales en las que se “prohíbe” oficialmente apostar, sin embargo al gallo poco le importa el edicto si lo que está en juego es su vida en el circuito.
Esa es una parte de la realidad que tenemos ante nuestros ojos y que pasa inadvertida para los cientos de parlamentarios en una Asamblea Nacional a pesar de que muchos, si no todos, son amantes de los animales y tienen en casa desde canarios amarillos hasta algún cachorro de caimán, pero no hay noticias de que hayan alzado su voz para pedir que se legisle una ley para proteger a estos animales, no hay un reclamo para que paren de arrojar cadáveres en las cunetas, en los árboles de los parques o en los separadores de las avenidas como Boyeros y otras calles, que infestan y contaminan el medio ambiente por el cual debemos velar. No hay voces que exijan que se castigue el abuso y las violaciones a que son sometidos los animales, al abandono del perro ante los ojos de todos en la cuadra, cdr incluido, ante la salida de una familia del país, serían interminables los ejemplos pero no basta con que se hable del cuidado al medio ambiente, la flora y la fauna en una nueva constitución porque estarían igual de desamparados como lo están hoy, hay que decir las cosas como son porque no se trata solo de perritos o gatitos dejados a su suerte o masacrados en exceso, es algo que trasciende esta realidad y tiene que ver con la espiritualidad y las emociones de una gran parte de la sociedad, tiene que ver con la expansión entre los jóvenes de la violencia y el crimen, o la distorsión en los niños de pasiones antihumanas y anti solidarias, algo que la Revolución siempre ha querido erradicar de esta tierra.
Todo esto pudiera tener nombre, crueldad, maldad, bestialidad… o tal vez terrorismo, pues que otro nombre pudiera tener el quemar vivo en plana calle, ante la mirada de todos, a un inocente animal, o amputarle las patas o la cabeza a una decena de gatos y colgarlos a manera de burla o advertencia en un árbol, o también envenenar masivamente a otras decenas con productos de laboratorio sin tener en cuenta el peligro que representa difuminar químicos de esta envergadura en sitios donde juegan niños y transitan personas mayores? Y poco me importa que alguien alegue que en otros países se los comen vivos o en otros mueren de hambre en las calles, lo que yo aprendí desde hace muchos años es que Cuba es única y no se parece a nadie, y todo lo que hiere, desprestigia y denigra a mi país hay que eliminarlo antes de que toque fondo, y este es el caso, si no, estén atentos al mensaje que están divulgando los turistas que son testigos de lo que ocurre con los animales en nuestras calles y ciudades.
Mi tristeza de cada tarde cuando bajan por la calle Ayuntamiento esos perros de pelea con rumbo hacia la Plaza de la Revolución también es dolor e impotencia. Y me acecha la desidia y el conformismo porque sé que nada puedo hacer. Todos lo saben. Hasta dónde llegaremos en esta impunidad que no se quiere ver?