Elsie Carbó
grillosazules@gmail.com
Quién no tuvo en su infancia alguna experiencia con el circo y sus animales? podría preguntar y, seguramente muchos responderían afirmativamente a la pregunta, porque si vas a ver, tanto a los niños del llano como de la montaña los ha subyugado siempre la fantasía y la emoción que supone ver un espectáculo circense bajo una improvisada carpa.
Lo digo por experiencia, nunca fue mayor el embullo y la agitación que experimentaba cuando anunciaban a megáfono abierto las atracciones que se encerraban bajo esa inventada lona a campo traviesa y bajo el cielo azul. Era el regalo para aquellos que se portaban bien en casa, y también era la aventura de escabullirnos sin permiso para observar las jaulas de los caballos, los perros, los conejos, leones o elefantes, que se convertían ante nuestros ojos en la perfección de los sueños más apasionantes, sin que ninguno de nosotros pensara ni por un instante que la dicha que gozábamos en ese entonces era el martirio más espantoso para aquellos infelices animales.
Siempre el circo ha sido eso, el encadenamiento de por vida, los encierros, el látigo, los barrotes, el castigo si no saltas, el azote si no ladras. Sabes cuánto sufre un perro para aprender a bailar? El no ha sido creado para ese tipo de gracia, la cual tendría que adaptarse a su mente y a su cuerpo mediante antipedagógicas torturas, lecciones derivadas del terror y la amenaza.
De los primeros circos en Cuba hay pocos datos, tal vez algunos en periódicos de principio del siglo pasado, épocas remotas que se fijan en la provincia de Matanzas y cuyos dueños podrían ser peninsulares que se asentaban en esas zonas urbanas con mayor número de pobladores. Eran pequeños espectáculos en los que siempre había animales, se podría decir que ellos fueron los primeros artistas circenses, que junto a las lentejuelas, los malabaristas, los tragafuegos y payasos, eran el glamur de las pistas, pero cuánto dolor y sufrimiento tendrían que haber salvado para aprender a saltar la suiza o empujar un velocípedo. Por eso apoyo firmemente la ley que en muchos países prohíbe la trata de animales en los circos, sin ir más lejos, aún tengo la triste imagen de aquel viejo elefante anclado al suelo frente a los terrenos de la terminal de ómnibus de La Habana. Nunca supe qué fue de su vida o de su muerte, solo que a muchos, como a mí, se nos apretaba el corazón con solo mirar su sufrimiento, encadenado por una pata hasta el fin de su vida.
Hoy los circos del mundo han evolucionado en sus espectáculos, el hombre y la tecnología es en realidad el verdadero centro de sus encantos, lo que no quiere decir que no los haya todavía exhibiendo leones o tigres como platos fuertes en el menú, que desde luego les garantizan otro público y dineros. Lo que quiero decir es que cada vez será menos la cruel práctica para el mundo animal en tanto se prohíba su trabajo como diversión circense, y así debería ocurrir en todas aquellas actividades donde sean usados los animales para la recreación y el divertimento del hombre, que no solo es el circo, por supuesto, me refiero además a los zoológicos, a los rodeos, a las vallas de gallos, a las peleas de perros, a los toros, en fin, y no digo más, ustedes son inteligentes y saben de lo qué estoy hablando.
Me pueden escribir a la dirección que aparece más arriba, quizás no cambiaremos el mundo pero sí ayudaríamos a hacerlo más afable.