Artículo de Lourdes Durán, tomado de Diario de Mallorca.es
Si alguien nos pusiese delante de nuestro retrato, ¿cómo nos sentiríamos? L.D.
El mejor amigo de un hombre, ¿un perro? El peor enemigo, ¿un simio? La filia de los humanos hacia los animales es tan delgada y escurridiza como las paredes de esa cuba en la que anteayer cayó Adán, el chimpancé que ha puesto en vilo a los habitantes de sa Coma y ha vuelto a colocar a Mallorca en la diana de los cazadores de escándalos de un par de días. En unas semanas, nos habremos olvidado de Adán y de Eva como quien se olvida de un temporal. O de un accidente de avión. Somos devoradores de desgracias porque son catárticas como la compañía de los animales.
Cómo se explica tanto amor si les encerramos, les disparamos o pagamos por verlos fuera de su entorno a miles de kilómetros de su hábitat, para que hagan el mono, el león, el chimpancé, el elefante, el animal, en una palabra, para que hagan monerías ya que nos hacen mucha gracia ver animaladas.
Les damos caza porque necesitamos descargar adrenalina pero si después el animal en ajuste a su condición biológica nos asesta un zarpazo, o nos pega un bocado o simplemente huye despavorido porque ese animal erguido sobre sus dos patas le persigue amenazante, decimos que son peligrosos, asesinos, mortales. Les damos caza sin tregua.
Nos llamamos amigos de los animales porque también hay quien dice amar a las mujeres y las revienta a ostias; les protegemos de la misma manera que hay mujeres que sienten tanto amor hacia los hombres que se pasan el día queriendo cambiarlos y así hasta convertirlos en menos que nada.
Somos el género humano. Bienvenidos al club más exclusivo que ha dado esta animalidad tan humana.
En las ciudades uno se encuentra con situaciones raras que, sin embargo, le devuelven a un estadio de ternura casi infantil.
Alguien tiene encerrado a un pájaro, un loro, precioso, en una jaula. Está en un balcón y el animal está de espaldas a la calle, aunque si le silbas se va girando lentamente. Te observa desafiante. Te alejas y empieza a silbarte. Un diálogo incomprensible. En esa misma pequeña terraza, alguien ha colgado el retrato del loro a un tamaño ampliado. El cuadro sí mira a la calle y lo hace para ser visto, sobre todo por el propio retratado: el pájaro.
¿Qué verá el loro al mirar esa imagen que no es otro si no él? ¿Cómo llevaríamos los humanos vivir frente a nuestro retrato, encerrados, y de espaldas a la calle? Hay experimentos que sitúan a los animales frente a espejos como el de las urracas que han demostrado reconocerse, siendo uno de los pocos ejemplos de animales que con un espejo delante saben que son ellas, las inteligentes urracas.
¿Qué imagen devolveremos al azogue si Adán o Eva nos pusiera delante un espejo o simplemente nuestro retrato?