Artículo de Ernesto Pérez Chang, tomado de Cubanet.org
A la entrada de la tienda Fin de Siglo. Todas las fotos son del autor.
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LA HABANA, Cuba.- “Si uno fuera a juzgar a las sociedades por cómo tratan a los animales, entonces la cubana estaría entre las peores. He viajado a muchos países y pocas veces me he encontrado con los horrores que he visto aquí”, me comenta Dolores Oliva, una médico veterinaria que ejerce por cuenta propia en un pequeño consultorio de Arroyo Naranjo, tal vez uno de los pocos lugares a donde pueden acudir las personas de los municipios periféricos de La Habana para proporcionarle atención especializada a las mascotas y demás animales domésticos.
Hay miles de animales viviendo en las calles, con enfermedades que pueden
ser perjudiciales para el ser humano.
“No existen programas nacionales que funcionen adecuadamente, hay solo un par de clínicas estatales en toda la ciudad, como la de Carlos III, que está a punto de desplomarse y no cuenta con todas las cosas necesarias para ofrecer una buena atención […], sin hablar de la legislación, que es de las peores del mundo, sobre todo a la hora de hacerla cumplir, porque no castiga severamente el abuso contra los animales”, continúa explicándonos Dolores que, desde hace años, cuenta en su casa con un improvisado asilo para perros callejeros a los que cuida para más tarde darlos en adopción.
Hay quien me dice que estoy loco pero cuando veo a un perro enfermo lo
recojo, lo baño, le doy comida, dice Oscar.
Las calles de La Habana están llenas de perros y gatos abandonados, muchos en estado deplorable, sin embargo, las autoridades hacen muy poco por cambiar la situación y las pocas acciones que se realizan para minimizar la tragedia provienen de iniciativas personales. Oscar Hernández, trabajador de Servicios Comunales, nos habla del asunto:
“Antes de comenzar en Comunales no me percataba del problema, pero ya recorriendo las calles como parte de mi trabajo es que me doy cuenta del horror. Hay miles de animales viviendo en las calles, con enfermedades que pueden ser perjudiciales para uno mismo, sin embargo, nadie hace nada. […] La gente de Zoonosis pasa cuando se les ocurre y si no pueden recogerlos entonces los envenenan masivamente y te encuentras al otro día los cadáveres tirados en la calle, o a los pobres animalitos agonizando mientras los niños pasan y miran aquello. Nadie dice nada, ni siquiera le pegan una multa a la gente que los abandona. […] Yo he visto a la gente botar un saco lleno de cachorros recién nacidos en el basurero, como si fuera una cosa normal y a los policía pasar por allí como si nada. […] Hay quien me dice que estoy loco pero cuando veo a un perro enfermo lo recojo, lo baño, le doy comida. Hay varias personas que han hecho asilos en sus casas y los recogen pero son tantos animales que no dan abasto. Yo hago lo que puedo con el poco dinero que gano y quisiera hacer más pero es imposible”.
A veces hacemos campañas de vacunación o de esterilización, pero todo eso
con nuestros recursos, afirma Oneibis.
En el país no existen lugares del Estado para la acogida y rehabilitación de animales abandonados. Las instituciones de salud y las instancias del gobierno no desarrollan, de manera constante, campañas de información en los medios de divulgación masiva para sensibilizar a las personas con un fenómeno que, de no ser controlado, pudiera tener graves consecuencias para la salud humana. Las sociedades protectoras de animales, como cualquier asociación en Cuba no vinculada directamente al Partido Comunista, no cuentan con los recursos y libertades suficientes para obligar al gobierno a tomar medidas.
La Clínica Veterinaria de Carlos III está a punto de desplomarse.
“No se puede hacer nada efectivo desde las sociedades protectoras, que no te creas por el nombre que son muy grandes, se puede decir que funcionan desde nuestras propias casas. […] A veces hacemos campañas de vacunación o de esterilización pero todo eso con nuestros recursos. […] El gobierno funciona muy coherente con su política de siempre”, nos dice Oneibis Lanusa, técnico veterinario que ejerce en una clínica privada de Centro Habana: “Si no se preocupa por darle de comer a la gente, ¿por qué lo va a hacer por los perros callejeros? […] La gente abandona a los animales porque son bocas a las que hay que dar comida y la cosa está mala. Atender un perro cuesta. Una vacuna como la sextavalente son 10 dólares, ya eso te lleva el salario de un mes; después viene la desparasitación, los problemas de ácaros en la piel, las epidemias de moquillo, y si alimentas mal al animalito se te acumulan más y más problemas y la mascota se vuelve una renta. La gente termina deshaciéndose del perro o el gato porque mantenerlos sanos es un lujo en un país donde hay tanta miseria. […] El gobierno solo se dedica a recogerlos para matarlos pero esa no es la solución, tampoco se hace mucho con las campañas publicitarias porque, como te digo, el problema es la miseria, y eso por ahora no tiene remedio”.
Los consultorios privados son muy caros y no abundan.
Eustiquio Boudet, miembro de la Sociedad Protectora de Animales, nos ofrece un testimonio del poco interés que despierta el problema entre las autoridades: “Están obligados a actuar pero al final no pasa nada. […] Hace poco denuncié a un vecino que recoge perros callejeros para echárselos a otros perros que entrena para pelear. Tiene como diez perros en el patio, encerrados en jaulas, y es criminal ver lo que sucede ahí. […] Cuando hice la denuncia en la policía hasta se rieron porque eso no es un delito grave y solo son perros callejeros. El policía que me atendió me dijo que no me preocupara porque al final esos animales iban a terminar o envenenados o aplastados por un carro. […] Fueron hasta el patio, hablaron con el hombre pero no pasó nada. Las peleas siguen y es como una diversión más en el barrio”.
En el Parque de la Fraternidad.
En la Plaza de San Francisco, entre palomas y turistas.
Las calles de La Habana están llenas de perros y gatos abandonados, muchos
en estado deplorable.
No se cuenta con recursos ni para la atención ni para sostener las instituciones.
La despreocupación por el asunto se demuestra en el aumento del número de animales que viven en las calles, la depauperación de los centros de salud estatales y en la ausencia del tema en los debates de un Parlamento mucho más preocupado por el caudal de recursos a invertir en la restauración del Capitolio y en la Zona Especial de Desarrollo del Mariel que en el bienestar de una población de animales y personas rendidos por la pobreza extrema.