El perro llevaba toda su vida en la calle, posiblemente; por lo menos, los vecinos lo habían visto desde hacía años, pero ninguno había tenido las ganas de darle una casa, una familia o un poco de amor.
Era ya un perro senior cuando una voluntaria de la protectora de animales dio con él. Era una calle con mucho tráfico, pero el animalito estaba acostumbrado al ruido, al paso de los coches y a la gente. Se le veía delgado, desnutrido y cansado, pero no rehuía las caricias ni tampoco devoraba las golosinas. Se limitaba a dejarse hacer, que la vida pasara hasta morir… y sabía que no faltaba mucho para eso.
La voluntaria lo cogió en brazos, lo subió a su coche y lo llevó al santuario, donde los veterinarios examinaron a Elton (pues Elton John sonaba en el auto durante el viaje) y descubrieron que además de estar desnutrido, tenía cáncer.
Era un perro senior. Tenía más de diez años, tal vez quince. Estaba viejo y cansado, y no era un perrito precioso. Nadie se había tomado nunca una sola molestia por él.
Todo esto cambió cuando llegó a la protectora, donde la voluntaria le puso un lazo al cuello para que fuera especial y lo llevó a sus sesiones de quimioterapia. Lo acogió en su casa, y sus hijas, dos niñas pequeñas, encontraron en él un amigo inseparable y tranquilo. Las niñas hacían ver a menudo que eran doctoras y Elton su paciente.
Con el tiempo, la casa de acogida pasó a ser la casa definitiva: todo el mundo adoraba a aquel perro senior, cansado y relajado. El cáncer remitió, y Elton quedó limpio. Y pasó sus últimos años en un hogar, con su familia, dando alegres paseos y viviendo la vida que siempre debió tener.
Marcos Mendoza
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