El animalito temblaba y lo miraba con confusión. Era todo patas esqueléticas y costillas marcadas, y era poco probable que se pudiera tener en pie, porque, aunque tenía miedo, no se levantó. Tampoco hizo amago de morder cuando Theo, con mucha experiencia en perros abandonados, le acarició la cabeza e incluso le levantó los labios para ver sus dientes.
El diagnóstico era claro: ese pobre animal se hallaba en muy mal estado. ¿Solución? Era evidente que tenía que llevárselo a la protectora.
Lo montó en su auto y fueron al veterinario.
Comenzaron el proceso de recuperación: comida, baños, medicina. El perrito, al que llamaron Figo, tardó un tiempo en acostumbrarse a dormir en las mantas. Es posible que nunca hubiera estado en una casa, o tenido una camita, o recibido amor humano.
Pero Theo y sus voluntarios sabían mucho de ganarse la confianza de los perros perdidos. En unos días, Figo dormía en sus mantas. En un par de semanas, había ganado bastante peso, se tenía en pie y caminaba con soltura.
Para entonces, el perro buscaba a Theo para acurrucarse con él. Reconocía a quien lo había salvado de una muerte segura.
En pocos meses, se descubría como un perro alegre y cariñoso, con mucha energía, perfecto para una familia a la que le gustara salir a dar largas caminatas y jugar mucho. Figo estaba listo para ser adoptado.
Marcos Mendoza
PD: Si quieres conocer más historias como esta, no dudes en pasarte por mi página.