Si vives con perro y gato, seguro que te has dado cuenta que, si dejas caer un trozo de comida al suelo, lo más probable es el que el perro se lo coma rápidamente sin pararse siquiera a olerlo. Si, por el contrario, el que está cerca en ese momento es el gato, seguramente se acercará, olisqueará el bocadito y, o bien permanecerá indiferente, o bien se lo llevará para disfrutarlo a solas en otro lugar.
Según un nuevo estudio hecho por genetistas del Monell Chemical Senses Center en Filadelfia, este comportamiento tan quisquiloso, está vinculado al sentido del gusto que es lo que les permite a los animales diferenciar entre alimentos nutritivos y otros dañinos para su salud, concretamente, al detectar el sabor amargo.
Según este estudio, los receptores para detectar el sabor amargo, permiten a los gatos identificar potenciales toxinas en los animales que pueden llegar a cazar (ranas, sapos u otras presas con compuestos tóxicos en el cuerpo o en la piel).
Aunque los perros, y otros mamíferos como los osos polares o los hurones, también disponen de estos receptores para percibir el sabor amargo, muchas veces resultan menos eficaces puesto que, de acuerdo a investigaciones previas, los de los gatos se demuestran particularmente sensibles a los compuestos amargos.
También es posible que sean más sensibles a las sustancias químicas que los perros y que puedan detectar un mayor número de compuestos amargos.
http://www.monell.org/research