Hay dos razones para eso. Primero, es sabido que el amistoso contacto físico con los gatos reduce activamente el stress en sus compañeros humanos. La relación entre el ser humano y el gato es tocante en los dos sentidos de la palabra. El gato se frota contra el cuerpo de su dueño y el dueño acaricia y toca la piel del gato. Si esos dueños son controlados en un laboratorio para hacer un test de sus respuestas fisiológicas se descubre que su sistema corporal permanece marcadamente calmo cuando comienza a acariciar a su gato. Cesan las tensiones y el cuerpo se relaja. Esa forma de terapia felina se ha probado prácticamente en un número de casos agudos, en donde los enfermos mentales han mejorado sorprendentemente, después de que les permitieron estar en compañía de gatos domésticos. Todos nos sentimos, de alguna manera, calmados por la simple y honesta relación con el gato.
Esa es la segunda razón para el beneficioso impacto que el gato produce en el humano. No es simplemente una cuestión de tacto, aunque es muy importante. Es también un asunto de relación psicológica a la que le faltan las complejidades, traiciones y contradicciones de las relaciones humanas. Todos somos heridos a veces por ciertas relaciones humanas, sea profunda o superficialmente. Aquellos que tienen severas heridas mentales pueden encontrar que les resulta muy difícil el volver a confiar.
Para ellos, un lazo con un gato puede darles tantas gratificaciones que incluso pueden recuperar su fe en las relaciones humanas, destruir su cinismo y sus sospechas y curar sus heridas ocultas. Un estudio especial en los Estados Unidos, reveló recientemente que, para aquellos que el stress llevó a problemas cardíacos, el tener un gato puede hacer la diferencia, literalmente, entre la vida y la muerte, reduciendo la presión sanguínea y calmando el sobrecargado corazón.