Por Elsie Carbó
Los vi llegar con sus toscas herramientas, pero no podía imaginar lo que sufriría mi mascota cuando le aplicaran aquella rudimentaria castración doméstica. Mi padre me había advertido que no estuviera asomada en la ventana para que no me pusiera a llorar, sin embargo, no me dijo las consecuencias emocionales de aquel suceso, que aún hoy a la vuelta de tantas décadas no se me borran del pensamiento. En el campo era normal en aquel entonces, y tal vez todavía perduren esas prácticas en algún remoto sitio, pues esterilizar a los animales sin el uso de anestésicos y con instrumentos poco idóneos como macetas o cuchillas sin higienizar era frecuente en cualquier finca de la comarca. Así cualquier individuo podía convertirse en veterinario si era llamado para castrar a un semental, ya sea un puerco, un toro, o un caballo como el mío, que ya mostraba unos bríos casi imposibles de doblegar. Sucedió hace tiempo, pero no quiere decir que actualmente la profesión de veterinario no sea profanada por personas que, quizás con la mejor intensión, se erijan en curanderos y se tomen atribuciones que en muchos casos lleven a la muerte a aquellos pacientes, que con un tratamiento realmente adecuado pudieran haberse curado en menos tiempo del que tomaron, eso sí lograron sobrevivir. Lo digo porque he visto comprometerse la salud de muchas mascotas por la recomendación de un vecino, cuyas luces en materia de veterinaria son solo sus pocas experiencias como propietario de un animal, y es que en la veterinaria en Cuba se ven esas cosas, adolece de prestigio y respeto debido a muchos factores, entre otros, a que el ejercicio de la profesión no lo faculta a extender ni siquiera recetas para la adquisición de medicamentos, y por ende, tampoco existen dispensarios o farmacias donde adquirir esos medicamentos, los que, paradójicamente, los puedes comprar entonces sobrevalorados en el mercado negro, o lo que es peor, se crea el efecto de la rueda dentada, al tener que acudir entonces al médico de la familia para resolver el metronidazol que le vas a dar a tu perro. Tampoco existen suficientes clínicas veterinarias en el país que atraigan las promociones de recién graduados en la carrera, ni los pocos consultorios que existen en algunos municipios pueden cumplir con las tareas para la que se supone se han creado, por la falta de medios en todo sentido que presentan estos centros. También es un reclamo la superación profesional, habría que tenerla en cuenta, como son cursos de pos grado, master en ciencias veterinarias o especializaciones en disímiles materias, son reclamos de muchos graduados que quieren continuar su superación para ser más competentes. Otra cuestión es que puedan ejercer la veterinaria por cuenta propia. De hecho, es algo que está ocurriendo, aunque nos hagamos de la vista gorda. Quién esté libre de culpa que tire la primera piedra. Eso lo sabemos todos los amantes de los animales y los que tenemos mascotas. Ante una emergencia, ¿a quién vamos a llamar si no es al veterinario conocido para salvar a nuestra mascota? O lo que es igual, al veterinario por la izquierda, aunque pertenezcan a una institución oficial, no nos hagamos los inocentes, las mascotas existen en nuestras casas desde que tenemos uso de razón, quizás no tenga las estadísticas de cuántas hay por cada familia, pero se enferman igual que los humanos y por eso ellos también están ahí, no solo son veterinarios para cuidar de los cerdos en las granjas o a las vacas de las cooperativas, también están ahí para impedir el moquillo en tu cachorro, están ahí siempre que los llames, dispuestos, eficaces, competitivos y profesionales. Y me pregunto, ¿por qué en las sombras? ¿Por qué el sigilo para esterilizar a tu gata en la casa? hasta cuándo serán unos médicos venidos a menos si se han formado bajo las prerrogativas de la educación revolucionaria? Habrá muchas cosas que tener en cuenta, pero lo que está mal hay que decirlo de alguna manera, y si me equivoco mala suerte, que alguien me ayude a entender esa mala bola negra que tienen los veterinarios en mi país.