Artículo de Vicente Chonillo, tomado de Extra.ec
¿Quién dice que los animales no pueden sentir amor? Muchos fueron testigos de un acto de amor o compasión de un fornido perro con una perrita, lo que conmovió a más de un caminante que se desplazaba hacia el mercado de la avenida Las Esclusas, en el Guasmo sur de Guayaquil.
Esta tragedia animal comenzó a las 07:00 del domingo pasado, cuando una pareja de perros iba a cruzar la transitada avenida de Las Esclusas. El perro llevaba la voz de mando, pero el destino estaba a pocos segundos de separarlos para siempre.
Cuando estaban a punto de llegar al mercado municipal, como lo hacían a diario buscando alimento, decidieron cruzar. El animal dio el primer paso y ella lo siguió, pero antes de subir al parterre central, un auto la impactó, lanzándola por los aires. Por instinto y reacción ante la embestida, dando gritos de dolor, la hembra logró subir la división y llegar arrastrándose hasta el tronco de una palmera. Su compañero no pudo hacer nada.
Los transeúntes miraban impotentes la escena de dolor. Algunos testigos indicaban que el perro, al verla herida, trató de cubrirla con sus patas delanteras, como esperando que se levante, pero ella agonizaba. Trabajadores del mercado municipal trataron de asistir a la perra. Uno de ellos llamó desesperado por celular al 911, pero no tuvo respuesta.
A las 07:30 el animalito había muerto. Empezaba entonces una frenética acción del perro, que quería que su perrita compañera se levante y camine. Las uñas de las patas del macho estaban cubiertas del pelaje plomo del animal caído, como prueba de su reiterado intento de revivirla.
Quienes laboran en el sitio los vieron algunas veces merodear juntos el mercado. Al cabo de algunas horas, el perro no abandonaba a su compañera bajo el candente sol de una mañana despejada. Durante cuatro horas trató de levantar a la perrita, pero era imposible, el destino los había separado. A ratos, el perro, agotado y jadeando por el intenso sol, buscaba refugio en la sombra de los carros estacionados a un lado de la vía, sin perderla de vista. Empleados de la picantería Marianita, condolidos por el dolor canino, le llevaron una tarrina con agua. El gran canino era más dócil que un manso gatito. Se bebió toda el agua, sin saber que ya le quedaban pocos minutos junto al cadáver de su pareja, ya que se acercaba el carro recolector de Puerto Limpio.
Luego de hidratarse, el can cruzó la calle rumbo al mercado como para buscar algo de alimento y se demoró unos cinco minutos, perdiendo de vista a su perrita. Al regresar, vio como la embarcaban en un recolector de basura, por lo que apresuró el paso, pero el carro partió llevándose a su amor.
Desesperado, buscaba el olor de su perra, que se confundió entre el hedor de los desperdicios del vehículo. Con la mirada triste parecía buscarla, el destino le había arrebatado a su pareja. Entonces el gran perro de piel atigrada se retiró con la pena de haber visto morir a su compañera, a la cual no pudo salvar ni revivir.