Paseando por las calles de cualquier ciudad, o incluso de cualquier pueblo, hay unos seres pequeños, asustadizos, que se esconden debajo de los coches, o por los alrededores de los contenedores de basura. Lo más probable es que haya humanos que los detestan, hasta el punto de querer acabar con sus vidas en cuanto les surja la oportunidad.
Ellos, los gatos ferales, son los grandes olvidados. Nacieron y se criaron apartados de la sociedad humana, pero en el mismo mundo que nosotros. Con un poco de suerte, habrá alguien que se encargue de alimentarlos, pero eso no va a cambiar mucho su precaria situación. En realidad, se deben de seguir protegiéndose solos de aquel que desee hacerles daño.
Vida de los gatos ferales
La lluvia y el frío son dos de sus enemigos. Otros dos. Pueden suponer el final para los enfermos, así como para los cachorros que aún no regulan bien su temperatura corporal. Sus madres harán lo imposible por mantenerlos a resguardo de las bajas temperaturas, pero para un gato vivir entre humanos en una ciudad supone un desafío diario.Como nosotros, ellos son animales de sangre caliente. Pero su temperatura corporal es algo más alta que la de los humanos: entorno a los 38 grados centígrados. El problema es que no la controlarán hasta que no pasen dos o tres meses desde su nacimiento, y aún así, en caso de helada lo más probable es que no salgan adelante antes del primer año.
Grupos sociales
Se dice de ellos que son muy independientes, pero su estrategia de supervivencia en los márgenes del mundo humano es vivir en grupos. Las hembras se encargan de cuidar de los pequeños sin alejarse mucho de ellos, mientras que los machos salen a patrullar la zona que consideran que es su territorio. Eso sí, todos se vuelven activos sobre todo por la noche, que es cuando hay menos ruido en las calles y cuando les es más cómodo ir a buscar comida en cubos de basura o… donde encuentren.Cuando hay un gato nuevo en el grupo siguen un estricto protocolo: primero, desde cierta distancia se observan y se huelen; luego, si la cosa va bien el gato nuevo podrá descansar cerca de ellos, pero manteniendo aún la distancia. Con el paso del tiempo, y a medida que vayan cogiendo confianza, lo aceptarán en la familia dejándole jugar con las crías, o dormir con ellos.
Claro que eso es solo si todo va bien. En algunas ocasiones, especialmente cuando el gato nuevo es adulto y/o es la época de celo, es rechazado con gruñidos y bufidos. Intentarán evitar las peleas, pero si alguna de las partes implicadas se siente amenazada, no dudará en atacar. Pero, ¿cómo son esas peleas?
¿Cómo son las peleas de gatos ferales?
He visto varias a lo largo de mi vida, y puedo afirmar que son, por lo general, cortas. Da la impresión de que son conscientes de su cuerpo, y de que pueden hacerse mucho daño. Prueba de ello son las señales corporales que emiten: mirada fija, maullido fuerte y grave, pelo erizado. Todo forma parte de un plan para tratar de evitar el conflicto. De hecho, si llegan a las patas, es decir, si llegan a utilizar sus garras, se dan uno, quizás dos manotazos, luego el más débil se aleja corriendo del más fuerte, y este le persigue o no; en el caso de que sí le siga, volverán otra vez a lo mismo, a no ser que el más débil logre huir del más fuerte, o de que el más fuerte haya conseguido echarlo de su territorio.
Mientras se decide el final de esta situación, los humanos estaremos tratando de dormir, o de continuar con nuestras rutinas. Lo más probable es que a muchos les disguste e incluso les moleste el ruido que hacen los gatos. Y es lógico: a nadie le agrada que le interrumpan su sueño o la tarea que esté haciendo en ese momento.
¿Qué consecuencias tienen?
Hay quienes deciden quejarse, y después de sus quejas vendrá una furgoneta conducida por personas que atraparán a esos animales y se los llevarán a unos centros llenos de jaulas. Jaulas que compartirán con una decena de gatos, si no son más.El miedo y la inseguridad se apoderan de unas criaturas que no entienden por qué se les ha privado de su libertad, y menos cuando solo estaban haciendo lo que llevan milenios haciendo: defender lo que creen que es suyo, y si no están castrados, tratar de conseguir pareja. ¿Tan malo es esto?
Lo cierto es que eso parece no importar. Los gatos ferales son, en muchas ocasiones, llevados a las perreras y supuestos refugios de animales donde, en el mejor de los casos, serán adoptados y llevados a unas viviendas que, para ellos, no serán más que una nueva jaula.
Un felino que puede recorrer varios kilómetros a diario encerrado entre cuatro paredes es un felino con serios problemas, no físicos, sino emocionales. Se pasa los días escondido debajo de la cama o en un rincón, bufa a las personas que quieren cuidarlo, y puede llegar a agredirles. Su alma, corazón, o como se le quiera llamar, está rota.
Los gatos ferales no son animales que puedan vivir en una casa, porque aman la libertad.
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