Y es que dentro de la filosofía de proveer del mayor bienestar animal, como ocurre no solamente en la educación canina sino en muchos aspectos de la vida, malinterpretamos sistemáticamente qué significa generar ese clima que favorezca el bienestar y lo confundimos con prácticas o razonamientos que hacen un flaco favor al animal en cuestión.
Y es que velar por el bienestar de un perro no significa estar supeditado a las malas decisiones rocambolescas que se le ocurra tomar en cada momento, pensando que si no le llevamos la contraria, nuestra convivencia será maravillosa.
Y es que incluso escribiendo estás líneas, me doy cuenta de que puede parecer, para quién no lo conoce de cerca, una absoluta exageración; pero hay familias viviendo vidas muy complicadas bajo el yugo de las decisiones de perros y otros animales no educados a los que les están dando la capacidad de dirigir sus vidas sin ningún tipo de fundamento.
No me canso de repetir que tener un perro educado, equilibrado, feliz y satisfecho con su vida, no pasa precisamente porque sea quien determina el cuándo y dónde en la familia.
Algunas personas que me seguís de hace tiempo, estaréis pensando: «esto va en contra de lo que tantas veces predica sobre que los perros, y el resto de animales con los que trabaja, deben tener un ambiente que fomente la toma de decisiones«. Pero cuidado, esto hay que fomentarlo bajo una fundamentación educativa porque si lo malentendemos, ocurre el boom de casos de perros dictadores que para cuando las personas responsables de ellos quieren revertir la situación, esta es tan insostenible que terminan utilizando métodos violentos creyendo que están ampliamente justificados porque han agotado toda su paciencia pensando que con una permisividad extrema las cosas iban a cambiar.
Y es tan duro como suena y tan real como lo cuento.
Una falta de criterio claro a la hora de qué permitir y de cuáles deben ser los límites, lleva a situaciones extremas que acaban con violencia hacia el animal.
Un perro con los límites marcados y capaz de gestionar su frustración, es un perro equilibrado y feliz. No necesita llevar las riendas de la casa ni será desgraciado si no lo hace.
Si nunca le llevamos la contraria y nunca se encuentra con un «no» rotundo, que no significa que deba ser violento o de enfado, simplemente claro y tajante, el día que la vida le lleve por un sendero en que haya un «no» implacable, se sentirá frustrado. Si nunca ha tenido la oportunidad de manejar esa frustración, su reacción puede ser imprevista y posiblemente conductualmente inapropiada para los humanos, y como consecuencia se podrá actuar o dejar pasar. Si lo dejamos pasar simplemente nuestro peludo se verá aliviado de haber sacado su frustración de aquella manera poco idónea, lo que será un refuerzo, y por tanto tenderá a repetir. Si por el contrario actuamos para que no lleve a cabo la conducta inapropiada, su frustración posiblemente aumente, combinada con altos niveles de estrés y ansiedad, que de nuevo pueden desencadenar una respuesta no deseada. Y de nuevo tendremos que vernos en la tesitura de elegir, de competir en empeños, de manejar una situación que distará bastante de ser una educación adecuada y amable (tanto para caninos como para humanos).
Y todo esto, por no sentar unas bases, no poner unos límites, no poner unas reglas de juego en la que todos puedan disfrutar, personas y perros.
Cuéntame, ¿conoces algún caso o es el tuyo propio? ¿Por qué crees que se ha podido llegar a esta situación?
¡Gracias por tus comentarios!