Es relativamente común comenzar los adiestramientos desde un punto de vista inflexiblemente humano, con nuestros valores de humanos, nuestra perspectiva de humanos, nuestra lógica de humanos y nuestros recursos de humanos. Y sin embargo el adiestramiento que hacemos no es para un humano, sino para un perro. Hacer ese cambio de perspectiva ya nos lleva mucho tiempo y en ocasiones nos quita el sueño, ¡pero cuánta falta hace! Con frecuencia también veo a personas que quieren dar tanto el salto hacia el lado canino que lo que hacen es comportarse como ellos creen que se comportaría un perro… y aquí viene un pequeño secreto: ¡el perro sabe que no somos perros! Así que ladrarle, gruñirle o revolcarse con él puede ser divertido, pero no hace que el perrete nos vea, nos huela o nos sienta como un perro sin pelo de dos patas que usa gafas de sol.
Comenzando por comprender cómo aprenden los perros, teniendo una ligera intuición de por qué hacen las cosas o, con mayor frecuencia, por qué no hacen las cosas, nos resultará mucho más sencillo entrenar su comportamiento.
En el momento en que entendemos cuáles son los patrones de conducta de nuestro perro y profundizamos en sus emociones, el entrenamiento es mucho más sencillo y gratificante. Y todo pasa por aplicar el estímulo conveniente en el momento apropiado.
¿Cuántas veces te has enfadado con tu perro porque ha cruzado una calle sin que le dieras la señal de cruzar? Olvídate de llamarle a gritos y hacerle saber con un tortazo que lo que ha hecho está mal (¿hacerle saber? bueno, no toca en este artículo explicar por qué no es eso cierto…). De hecho si tuvieras que reaccionar así con alguien sería contigo mismo por no haber trabajado suficientemente que tu perrillo no cruce, así que cuando te muerdas la lengua diciéndote lo que piensas de ti y la torta sea en tu cara, empezarás a comprender que la situación no ha mejorado. Eso sí, la próxima vez es posible que pongas más atención en llevar a tu perro atado cerca de la carretera o, mucho mejor aún, que te decidas a entrenarle para que la calle la cruce sólo cuando digas “cruza”.
Pero al margen de lo que hagas después ya tienes un tortazo en la cara y la desagradable sensación de haber hecho algo mal cuando estás compartiendo tiempo con tu compi canino. ¿Y merece la pena?
Es por eso que también, y extrapolándolo al entrenamiento que hagas con tu perrete, es mucho más agradable reírte, disfrutar, avanzar y pasarlo bien juntos mientras aprendéis a compenetraros que gritar, enfadarte, hacer que el perro se bloquee o convertir los momentos de adiestramiento en un auténtico suplicio a la par que rompéis vuestro vínculo.
Mi consejo es que aprendas a relativizar. Nada es tan grave, y si lo es, es responsabilidad tuya que no ocurra, no de tu perro. Personalmente, haberme sumergido en el adiestramiento ético y positivo, además de mi formación en el conocimiento del comportamiento canino, me ha llevado a tener una relación con mis perras basada en el respeto y la comunicación a un nivel que me costaba comprender antaño, y a nivel profesional me abre las puertas para comprender y percibir al ser que tengo delante. Y según han ido pasando sesiones de entrenamiento me he dado cuenta del cachito de felicidad que me perdía cuando éstos tenían que ser medidos por luchas de poder, sometimiento y obligaciones. Por eso estaré eternamente agradecida a mis compis de Animal Nature.
Así que te pido que lo pruebes: la próxima vez que las cosas no salgan como quieres cuenta hasta 10, respira hondo y busca la parte cómica de la situación… Y si no la encuentras, recuerda siempre que quien tiene la obligación de enseñarle a tu perro las normas que tenemos en nuestra sociedad humana, eres tú.