A veces ocurre que la gente piensa que si enseñamos sin golpes, gritos, faltas de respeto o amenazas a un animal, éste hará lo que le parezca oportuno en cada momento. Y así es… si no le ponemos remedio.
No podemos intentar vivir en una urna de cristal presuponiendo que nuestro animal se va a comportar siempre de manera adecuada. Y nuestro apoyo y trabajo en ese momento, no debe ser otro que mostrarle el camino que consideramos correcto. Pero a veces las cosas no salen como esperamos y nos enfrentamos a animales que continuamente retan, pasan la frontera de la educación y se comportan de formas muy alejadas a lo que nosotros tenemos en mente.
Y hay que actuar… Lo primero es que si no tienes experiencia, lo mejor es que contactes con una persona profesional. No es de recibo maleducar al perro sólo porque no sabemos ponerle límites. Por eso, si no se sabe cómo hacerlo de forma respetuosa y velando por su bienestar, estamos los profesionales.
Lo primero que tenemos que saber en todo entrenamiento, es con qué herramientas contamos, y para ello es fundamental hacer una evaluación concienzuda antes incluso de plantearse cualquier ejercicio o modificación con un animal concreto.
Si no sabemos con qué trabajar, será imposible hacer un buen trabajo.
Lo siguiente que debemos establecer son los límites, para tenerlos claros nosotros pero desde luego para poder trasmitírselos al animal. Imposible que los respete si son variables, poco claros o van completamente en contra de sus necesidades.
Planificar las sesiones y las intervenciones para pautar, registrar, controlar y modificar nuestras acciones será la clave para avanzar hacia nuestra meta. Sí, la educación y el entrenamiento deben pasar por un estricto control de la evolución con el animal.
De la misma manera que debemos dejar al perro ser perro o al gato ser gato, y en mi opinión no puede ser que convirtamos a ningún ser vivo en una máquina al servicio de nuestros intereses, cuando nos encontramos con problemas de bajo control o con la ausencia de límites y pautas para una convivencia sana. Es entonces cuando tenemos que ser aún más exquisitos a la hora de manejar una comunicación, encaminada a delimitar las actuaciones incontroladas de nuestros compañeros peludos.
Y es que ser estricto no significa tener que hacer nada por la fuerza. Ser estricto significa que no hay posibilidad de error, no hay un ” pero si…“. Y cuanto más estrictos seamos en las cosas verdaderamente importantes, más espacio libre podremos regalar a nuestros peludos.
Dejar hacer a un animal lo que le parece conveniente en cada momento no es darle una vida más plena o feliz.
Probablemente se esté teniendo que enfrentar al mundo en solitario y teniendo que tomar decisiones que no deberían corresponderle a él.
Por supuesto, hay que dejarles pensar y decidir, pero debe haber un trabajo previo para indicarles cuál es el camino de la armonía y que sus decisiones sean acordes con nuestro estilo de vida y las necesidades de todos los integrantes de la familia.