Por Elsie Carbó
grillosazules@gmail.com
La historia no es nada sencilla por cuanto involucra a unos cuantos personajes siniestros y otros tantos honorables, lo cual todo se resumiría en decir que es como una pelea cubana entre los buenos y los malos, con un final feliz, y un gran ganador, el perrito Pupy, al que le salvaron la vida en esta oportunidad. Pero este cuento es más largo.
Voy desde el principio. Recibo un viernes la llamada de Lucy, una protectora de animales con residencia en Centrohabana, que ha enfrentado no pocos casos alarmantes en su vida, pero este no era para menos, y así me lo hizo saber casi llorando. Pupy, es uno de los perritos que ella protege, desparasita y vacuna en un edificio en Belascoaín que está en una situación desfavorable por su construcción, y en el cual encerraron en un contenedor, herméticamente con candado, y hasta ese momento no se sabía quién lo hizo, ni quien poseía la llave, y al parecer, tampoco había mucho interés en encontrarla debido a que el responsable de ese depósito no aparecía.
Infructuosas fueron casi todas las pesquisas que efectuó Lucy en los días posteriores al encierro para encontrar a los responsables de dicho artefacto, o sea, jefes, funcionarios, trabajadores, a los que tienen que ver con ese lugar, aquellos que están encargados de la reparación del edificio, pero ni custodios, ni empleados, saben nada y si algún nombre salía a relucir tampoco había cómo ubicarlo, no sabían donde radicaba, ni dirección, ni teléfono, a fin de cuenta Pupy es solo una estadística más entre los candidados al infierno, o ni eso siquiera, un estorbo del que hay que salir. Así pasaría el fin de semana. Y si sobrevivía un tiempo más sería un milagro pues estaba aislado en ese calabozo oscuro, sin aire, ni agua, ni comida, y sin haber cometido ninguna infracción.
Hay un detalle que me gustaría que supieran, y es que proteccionistas como Lucy y otras tantas como ella, o ellos, porque también en esta guerrilla hay hombres, no reciben un salario especial por cuidar a los animales de la calle, tampoco reciben donaciones del exterior en alimentos o medicamentos, no ganan plata por esta actividad, ni casi nunca son reconocidos oficialmente por esa labor que realizan, tan necesaria para mantener un sano equilibrio entre el entorno de la naturaleza y la espiritualidad del individuo. Pero tampoco esas personas que hacen esa labor espontánea tienen cuentas bancarias en paraísos fiscales, ni poseen yates privados, paladares de lujo o campos de golf, son por así decirlo, ciudadanos simples que integran además la sociedad cubana altruista y solidaria, lo que algunos llaman la sociedad civil. Ellos están en el bando de los buenos que mencioné al principio, y ahora vaya usted a saber quiénes están en el otro, porque para mí está claro que son esos los que roban, estafan a los clientes, desvían recursos, malversan, colaboran con el despilfarro, desprecian a los más pobres, maltratan a la población en los centros de servicio, se esconden, no dan la cara y son también capaces de permitir sadismos como estos contra los indefensos animales.
Esta historia tuvo ese final de novela feliz cuando Nora García presidenta de Aniplant, (asociación no gubernamental sin fines de lucro) respondió a la llamada de Lucy y fue hasta el lugar de los hechos para hacerse cargo de la situación. Ella investigó, convocó a amigos, habló sin miedos, tocó puertas, firmó actas y logró finalmente abrir el aciago candado para liberar a Pupy de la asfixia y la extenuación.
Sin leyes aún que protejan y castiguen estos delitos y sin la actuación de un cuerpo policial que ponga las cosas en su lugar cuando se comete un abuso contra un animal, es como entablar a ciegas una pelea contra unos demonios cubanos, pero por suerte contar con una figura pública como Nora García es ya más que una satisfacción, que alienta e incentiva en medio de la violencia, el individualismo, el maltrato y el abuso contra los animales, sin excluir las consecuencias del éxodo que se ha desatado a nuestro alrededor que abandona indiscriminadamente infinidad de mascotas indefensas, cuyo destino es irremediablemente la calle real de cualquier población. Nora se ha ganado por sí misma el respeto y la admiración en este país por décadas de trabajo en el cuidado y la protección del medio ambiente y los animales. El caso de este perrito es uno más de la lista de atrocidades y crueldades de las que tenemos conocimiento a diario, más, me ha dado la posibilidad de rendir el justo homenaje a ese ejército de protectoras y rescatistas que están ahí, en cada barrio, en cada comunidad, aunque no los veamos en los noticieros ni en la prensa escrita, ni obtengan medallas u algún galardón.
Pero que, como Lucy, sufren y padecen, pero se levantan renovadas todos los días con ese sentido de la responsabilidad ante los más necesitados, y salen a las calles de nuevo para ayudar a los desprotegidos, aunque a veces, en ese intento apuesten el corazón.