A lo largo del tiempo voy viendo cantidad de niños que juegan con sus perros o con otros de amigos y conocidos, y escucho también multitud de frases que dicen sus padres (o adultos responsables del menor) sobre los perros: “No te acerques que te va a morder“, es además de sorprendente, una de las más repetidas.
Afortunadamente ahora me encuentro también con personas que invitan a sus hijos pequeños a preguntar antes de acercarse a un perro, y con niños que escuchan los consejos de cómo acercarse adecuadamente a un perro que no conocen. Y esto es realmente importante. Ni todos los perros ni todos los niños tienen el mismo comportamiento, y es agradable comprobar que se respeta su espacio.
Pero volviendo al tema fundamental de este artículo, considero que es muy conveniente que los padres enseñen a sus hijos a interactuar con el perro, aunque eso suponga un esfuerzo extra y más dedicación a los pequeños y a los peludos de la familia. Así, no debemos enseñar al niño a “competir” con el perro, primero porque la relación debe estar basada en el entendimiento y no en la “lucha” y segundo porque el perro va a ganar al niño en todos los campos, y no creo que ese sea el fin que persiguen los padres…
Los niños tienden a ser egocéntricos y exigentes con las peticiones hasta que van alcanzando cierto grado de conciencia social y van respondiendo de manera diferente al “yo”. Un perro les ayudará sin duda a entender que deben hacerse respetar, pero también a que deben respetar y entender cuándo el animal no tiene interés por sus asuntos. Y normalmente, esto pasa cuando el animal de 4 patas nota esas exigencias infundadas o los actos de juego de poder del niño.
Enseñando al niño a educar al perro de manera positiva se crea un vínculo entrañable y le permite también extrapolarlo al resto de situaciones de su vida. Es mucho más fácil que el perrete se siente cuando sabe que su actitud está premiada a que lo haga bajo coacción y miedo, y esa enseñanza creará un antes y un después en el cerebro del niño. El perro no está por encima ni por debajo; el perro es un compañero de juegos, de aprendizaje de ida y vuelta, una unión y un apoyo como ningún otro, y dará una autoestima los pequeños que es difícil encontrar de otra manera. Convertimos a un animal, independiente de los halagos o las correcciones de sus padres, en un compañero al que permitimos educar también a nuestro hijo.
Siempre bajo supervisión, debemos enseñar al niño que el perro no está ahí como un muñeco, para jugar cuando él quiera o subirse y tirarle del rabo por placer, o dar un tirón de correa porque tira y hace más fuerza que él. Debemos mostrar al niño el lenguaje del perro, permitirle que le enseñe y practique su paciencia con él. Cuando el niño comprenda el juego y sepa que todos se divierten con un adiestramiento positivo, comprenderá que la fuerza no tiene lugar, sino la cooperación.